Enrique “el Saldista” fue sin duda pionero de la publicidad en Cáceres.
Yo confieso que no llegué nunca a saber su apellido y creo que muy pocos del Cáceres de su tiempo —donde casi en medio
siglo fue una de las figuras más populares— llegó nunca a saberlo. Tenía una
palabrería fácil de charlatán, con indudable gracia, y era capaz de venderlo
todo por difícil que pareciera. En la
confluencia de la calle Cortés (que así se llamaba antes Moret) con la de
Pintores tendía una manta a modo de alfombra mágica y comenzaba a hacer pruebas
“en vivo”, con unas cucarachas, para vender unos botes de insecticida
eficacísimo de procedencia alemana cuyas cualidades químicas enumeraba una por
una, embobando a la chiquillería de entonces, para acabar afirmando con su voz
quebrada profunda: “¡Si aplicado todo lo
que el prospecto indicativo dice, el animal sigue con vida, no hay que
desesperar, un ligero golpe con el frasco en la cabeza de la cucaracha alcanza
el mismo fin por vía expeditiva…! La ciencia alemana al alcance de todos por
sólo una peseta!...” Y así seguía vendiendo: raticidas, betún para las botas,
hojas de afeitar, pañuelos que curaban el bocio, etc., etc… Pero su
especialidad eran los “zaragozanos”.
Cuando los años de la “pertinaz sequía” paseaba Pintores, e irrumpía
en algún grupo de los muchos paletos que frecuentaban el “Café Viena” para
meterles por los ojos un calendario zaragozano —de don Manuel del Castillo—
mientras con voz de iluminado, y como en trance, decía: “¡La Luna en
Capricornio… agua para el agricultor! ¡Agua, agua sólo por treinta céntimos!”,
con lo que éstos, asustados, solían adquirir el folleto pagando el precio y
agregando él: “¡Calendario vendío, calendario bebío!”, y uniendo la acción a la
palabra se metía en la taberna de Jerte para cumplir el dicho.
Si era necesario se vestía de romano para hacer publicidad de los
“Calzados Orduña”, o se metía en un cajón que simulaba un aparato de radio para
anunciar los pescados de Jaime Zaragoza… Sin duda él fue el mejor publicista
que tuvo Cáceres en muchos años, y a juzgar por lo poco que cobraba no creemos
que su publicidad cargara mucho los productos. Hoy la mentalización de Enrique
“El Saldista” de nuestro tiempo es la “tele”, pero hay diferencias, y no
precisamente a favor de la “caja tonta”… porque, ¿saben ustedes cuánto cuestan
esos segundos del turrón, o del champaña, con que nos mentalizan? Pues algo así
como dos millones de pesetas por vez que salen… ¿Y saben ustedes quién los
paga? Pues por esa razón, que se me arrima al bolsillo, yo procuro no comprar
los productos que salen en la “tele”.
Diario HOY, 21 de noviembre de 1980
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