Algunos no quieren darse cuenta de que el tiempo no ha pasado en balde
para Cáceres y sobre todo para sus noches. De las noches aquellas del Cáceres
de no hace tanto, que se las manejaba sólo Manolo “Galiche” y dos guardias más,
a las noches de ahora en las que el alcalde y Machuca han tenido que crear una
“patrulla anti-ruidos” (“buscarruidos”, los llamaría yo), ha llovido lo suyo
—aunque ahora haya sequía—. Y conste que no quiero remontarme a la época en la
que en Cáceres a los policías municipales se les llamaba por el bonito nombre
de “celadores”, en las que el señor Sevilla era una entidad, o los “bimbas”
eran el terror —cariñoso terror— de los muchachos que jugábamos en las calles
con pelotas de trapo.
Cáceres se nos ha ido de las manos, aunque a mi particularmente me
alegra el que la ciudad crezca y en ese crecimiento tenga cosas buenas y malas,
que son las que tienen que “barajar” los que ahora la dirigen, para separar el
grano de la paja.
En el Cáceres de “Galiche”, había el cierre de los bares a una
determinada hora, aunque a alguno —no sé por qué— se le permitía estar abierto
toda la noche, como era el “Bar Europa”, que estaba donde ahora “La Perdiz”, y
en el que recalaban todos los trasnochadores, ya cargados desde las doce en
adelante. Se daba el caso curioso de que el dueño, para hacerlos beber (porque
si no se estaban horas enteras con la misma copa), cada cuarto de hora decía
“Beber, que nos vamos”, y todos, automáticamente, apuraban su “chato” y pedían
la espuela, a la que daban coba hasta que el dueño volvía a decir la misma
frase. Así los hacía beber, porque en realidad aquel bar no solía cerrarse.
“Galiche” y los suyos asomaban de vez en cuando por allí y si alguno se había
pasado, lo llevaban a que le dieran el
amoniaco y después a su casa, con toda amabilidad.
Hoy día no suceden las mismas cosas, y el porro y las circunstancias
han hecho que las noches cacereñas sean un poco más peligrosas y ruidosas, por
lo que nos parece de perlas el que se haya creado la “patrulla buscarruidos”,
aunque esperamos que en ella no metan a los guardias sordos, porque entonces
—como con el sonómetro— poco habríamos conseguido.
Diario HOY, 30 de enero de 1981
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