viernes, 9 de junio de 2017

De ministro y santidad


Todos los fines de semana se nos “amenaza” con la venida de un ministro. Yo no sé si es que los ministros suelen hacer lo que ahora es habitual y nunca se materializa, eso de: “A ver si nos vemos y nos tomamos unas copas”, o bien: “Cuando tengáis la fiesta (la fiesta que sea) a lo mejor me doy una vuelta por allí, y hablamos de éstas y otras cosas…”. Promesas a las que habría que contestar, como las señoritas provincianas cuando se las piropeaba: “Eso se lo dirá usted a todas.” Porque pienso yo que nuestros políticos quizás por una mayor pureza provinciana, o pueblerina (porque de pueblo somos), estamos menos metidos en esas frases protocolarias que podríamos considerar como “largas cambiadas” —utilizando el término taurino— para que le dejen a uno en paz, y pasa que cuando un ministro promete (porque puede hacerlo, que para eso son de UCD) que va a venir a tal o cual fiesta, se prepara todo pensando en que la visita va a ser cierta, se saca la vajilla de las grandes ocasiones, se hace “comida de levante”, y nos quedan —como quien dice— compuestos y sin ministro.
No es que yo desee que los ministros vengan, los ministros tienen que trabajar —que al parecer sigue siendo lo importante del cargo— pero no son agentes comerciales que tengan que ir aquí y allí para enseñar su “mercancía” y hablar de las perfecciones de las mismas. ¡Quemados están ellos de que cuando se les invita a algún sitio es para “sacarles” algo!, y la prueba es que cuando visitan algún sitio, la prensa de aquel lugar suele echarles encara: “El ministro vino con las manos vacías…” … claro, y así pasa que cuando no tienen nada que llevar, pues se lo piensa y rechazan con esa “larga cambiada” la invitación. Por otra parte y pensándomelo bien, hay que estimar que los ministros también tienen su familia y, como dice la zarzuela “su corazoncito”, y preferirán estar el fin de semana entre los suyos aunque sea aguantando la lata de los niños, el perro y la suegra, que al fin y al cabo los desintoxica de la larga “representación ministerial” que para ellos ha de suponer la semana.
No es que diga yo que esto es el cuento del lobo: “¡Que viene el ministro, que viene el ministro!”… y como no llega, cuando venga no nos lo creemos, sino que con esto de la ingenuidad de nuestro políticos, habría que reformar e inventar el refrán que dijera: “De ministro y santidad, la mitad de la mitad”.
Diario HOY, 16 de diciembre de 1980

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