domingo, 4 de junio de 2017

Del “Bati” a la novatada


Si usted busca en el diccionario la palabra “baticulo” (aunque le suene mal) se enterará de que es un instrumento de marear a vela, del que el diccionario dice: “cabo grueso que se da en ayuda de los viradores de los masteleros”, o bien: “cangreja pequeña que a veces llevan los faluchos y otras embarcaciones latinas”. Pero el “baticulo” al que yo voy a referirme es muy otro.
No lo recoge el diccionario, porque creo que el nombre no salió del mundo del estudiantil cacereño y más concretamente de los que fuimos alumnos del “Insti” que estaba en la Cuesta de la Compañía —donde hoy está el Colegio Luisa de Carvajal— y luego se convirtió en el Instituto de Enseñanza “El Brocense”.
El “bati” o “baticulo” era la única novatada que se exigía a punta de lanza a los alumnos que llegaban al centro. Consistía en que el novato tenía que recorrer con sus posaderas, mientras le tiraban de los pies los veteranos, las escalinatas del centro, dependiendo del número de escaleras recorridas la oposición del novato. Era como quien dice el bautismo de fuego del estudiante, Uno, que pasó la prueba, puede decir que por acceder de buen agrado a ella le dieron solo tres escalones, pero había casos como el de Alfredo “el arroyano” —un popular estudiante de entonces— que por negarse bajó —y no por gusto— a bote de rabadilla, los ciento y pico de escalones que tenía el centro, por lo que tuvo que estar varios días sin sentarse.
Pues bien, de aquella primitiva y única novatada se ha pasado ahora en nuestros centros universitarios a otras que tienen su gracia y en las que se implica de algún modo al resto de la población. No hace mucho vimos medir con un palillo la Plaza Mayor a un grupo de novatos de no sé que facultad, y ayer, por no ir más lejos, se jugó con fichas vivientes una partida de dominó en el Foro de los Balbos, en la que los novatos – fichas, vestidos de tales, tenían que permanecer tirados en el suelo, mientras dos veteranos jugaban con ellos en el improvisado tablero sin que fueran un obstáculo los charcos sobre los que tenían que tenderse, mientras los jugadores con la lógica parsimonia y el pitorreo de la concurrencia se pensaban la jugada. Alguien protestó por lo que pudieran sufrir los pobres chicos, pero Cáceres se nos ha convertido en una ciudad universitaria y los estudiantes tienen sus “leyes” tradicionales que hay que respetar, sin que pueda irse contra ellas. Es una evolución del “baticulo” y no tenemos más que aceptarlo.
Diario HOY, 9 de noviembre de 1980

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