He leído con verdadero interés la “perorata” que Pedro Cañada tuvo en
el Senado que ayer publicaba íntegramente nuestro periódico, unido a la noticia
de que hubo enfrentamientos verbales entre él y el ministro de Energía y, lo
que es más insólito, que parte de los senadores de su grupo golpearon los
escaños en señal de protesta por la valiente (permítanme decirlo) intervención
del compañero.
He buscado lo que pudiera ofender a los de su propio grupo para
protestar la intervención y no acabo de encontrarlo. ¿Quizá es parte en la que
Cañada, más o menos, decía: “El pueblo extremeño, impotente, mira a sus
políticos, a los que eligió para que le defendieran, y nos pregunta para qué
servimos y yo no sé qué responder”? Después de analizar la intervención de
Pedro Cañada yo no sabría tampoco qué responder en cuanto a la protesta. Bien
está que al ministro no le gustara el tono de una serie de verdades que Cañada
fue desgranando como cuentas de un rosario, porque las verdades duelen cuando
se dicen sin circunloquios ni tapujos…, pero que no le gustaran a los de su
grupo es quizá un caso insólito. Bien es verdad que no soy un hombre de partido
y desconozco hasta dónde obligan esas disciplinas que se utilizan como mordaza,
razón por la cual se me pueden escapar razones de los “esparadramientos
boqueriles” que los partidos decretan a todos los niveles y que, dicho sea de
paso, están aburriendo y hartando al pueblo llano.
Todo lo que se me ha ocurrido, tras releer una y otra vez la
intervención de Cañada, es titular este comentario como “El ucedero solitario
cabalga de nuevo”. Porque, oiga, en la calle cacereña al menos la intervención
de Cañada ha caído muy bien y el que más y el que menos ha dicho: “¡Así se
habla, macho!”, porque la calle no entiende de disciplinas partidistas.
Sobre todo se comenta esa parte en que el senador dice: “Me opongo, en
nombre de los que me han votado, a ser un lacayo, en vez de un portavoz de las
aspiraciones y deseos del pueblo que me ha elegido.” ¿Por qué ese afán de taparle
la boca? ¿Es que los parlamentarios no pueden expresar libremente su opinión
sin pasar por cribas y cabildeos? Como no me lo expliquen yo confieso que no
acabaré de entenderlo, como no lo entendemos aquí un montón de cacereños a los
que sólo se nos ocurre decir: “¡Ay, Pedro, qué solo te están quedando!”
Diario HOY, 7 de noviembre de 1980
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