sábado, 3 de junio de 2017

El ucedero solitario cabalga de nuevo


He leído con verdadero interés la “perorata” que Pedro Cañada tuvo en el Senado que ayer publicaba íntegramente nuestro periódico, unido a la noticia de que hubo enfrentamientos verbales entre él y el ministro de Energía y, lo que es más insólito, que parte de los senadores de su grupo golpearon los escaños en señal de protesta por la valiente (permítanme decirlo) intervención del compañero.
He buscado lo que pudiera ofender a los de su propio grupo para protestar la intervención y no acabo de encontrarlo. ¿Quizá es parte en la que Cañada, más o menos, decía: “El pueblo extremeño, impotente, mira a sus políticos, a los que eligió para que le defendieran, y nos pregunta para qué servimos y yo no sé qué responder”? Después de analizar la intervención de Pedro Cañada yo no sabría tampoco qué responder en cuanto a la protesta. Bien está que al ministro no le gustara el tono de una serie de verdades que Cañada fue desgranando como cuentas de un rosario, porque las verdades duelen cuando se dicen sin circunloquios ni tapujos…, pero que no le gustaran a los de su grupo es quizá un caso insólito. Bien es verdad que no soy un hombre de partido y desconozco hasta dónde obligan esas disciplinas que se utilizan como mordaza, razón por la cual se me pueden escapar razones de los “esparadramientos boqueriles” que los partidos decretan a todos los niveles y que, dicho sea de paso, están aburriendo y hartando al pueblo llano.
Todo lo que se me ha ocurrido, tras releer una y otra vez la intervención de Cañada, es titular este comentario como “El ucedero solitario cabalga de nuevo”. Porque, oiga, en la calle cacereña al menos la intervención de Cañada ha caído muy bien y el que más y el que menos ha dicho: “¡Así se habla, macho!”, porque la calle no entiende de disciplinas partidistas.
Sobre todo se comenta esa parte en que el senador dice: “Me opongo, en nombre de los que me han votado, a ser un lacayo, en vez de un portavoz de las aspiraciones y deseos del pueblo que me ha elegido.” ¿Por qué ese afán de taparle la boca? ¿Es que los parlamentarios no pueden expresar libremente su opinión sin pasar por cribas y cabildeos? Como no me lo expliquen yo confieso que no acabaré de entenderlo, como no lo entendemos aquí un montón de cacereños a los que sólo se nos ocurre decir: “¡Ay, Pedro, qué solo te están quedando!”
Diario HOY, 7 de noviembre de 1980

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