Esto que voy a contar ocurrió hace mucho tiempo. Mi buen amigo Manolo
—cuyo apellido de momento no hace al caso— tuvo una aventura comercial. Él no
era comerciante y desconocía el mundillo del comercio y la industria, pero
tenía unos ahorrillos, y tomó en traspaso una hojalatería que había en la Plaza
Mayor, en la que montó algo sí como una droguería. Mi buen amigo Manolo se
pensó que si aquello daba algo, le vendría muy bien para incrementar su sueldo
de funcionario, y si no daba más que lo comido por lo servido, al menos era un
lugar idóneo para hacer la tertulia de caza —a modo de rebotica—, porque mi
buen Manolo era cazador, y, de este modo, invirtió los ahorros sacados, con
muchos sacrificios, en esa aventura. Pero el Manolo de mi historia no pensó que,
desde el momento de la apertura, comenzaron a caer sobre el establecimiento, a
modo de cuervos, una serie de inspectores y funcionarios de otros estamentos
que, un día porque el permiso de apertura no estaba en regla; otro, porque no
se llevaban “los libros” como era debido; otro más porque se le había olvidado
declarar tal o cual cuestión, fueron mermando sus ilusiones y su dinero hasta
el punto de poner en peligro hasta su sueldo de funcionario cumplidor que, al
fin y al cabo, era el pan de su familia.
—“No parece sino que el “negocio” lo he montado para toda esta gente
—pensaba— porque no es que yo no haya sacado aún ni un duro de él, sino que voy
a acabar empeñado hasta en mi sueldo…” Estando en estos pensamientos, llegó un
nuevo inspector de impuestos y gabelas para levantarle acta de no se qué nuevo
error en el que había incurrido y, no pudiendo aguantar más, mi amigo Manolo le
entregó la llave del establecimiento, diciéndole:
—“Cómanse ustedes lo que queda, y haga usted con la llave lo que le
parezca, porque yo no sigo.” Y tomó el portante quedando al inspector con tres cuartas de narices, sin
que pueda decir yo qué es lo que sucedió más tarde porque no me lo han contado.
Pero cuando he leído las declaraciones que a nuestro periódico hacía
ayer el presidente de la Federación de Empresarios Cacereños, don Fernando
Contreras, he pensado en mi buen amigo Manolo y su aventura comercial y me he
preguntado: ¿No estarán éstos a punto de “entregar la llave”, como hizo Manolo,
o “tirar la toalla”, como se dice en boxeo?... ¿Saben lo del huevo y la
gallina?, pues bien, “¿no estaremos a punto de matar a la gallina de los huevos
de oro por excesiva presión?”… Porque si esto sucede, ustedes me dirán dónde
van a buscar toda esta gente los nuevos huevos.
Diario HOY, 12 de noviembre de 1980
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