Dice mi amigo Demetrio, que de esto entiende lo suyo, que estamos a
las puertas de una nueva revolución mundial. Primero fue la revolución
industrial, más tarde la revolución que implica la sustitución del hombre
trabajador por la máquina, a la que aún estamos asistiendo, que va desde la
sustitución del trabajo, no sólo del hombre sino de los animales, como, por
ejemplo, el tractor por los bueyes, hasta el robot que puede hacer las cosas
mejor que uno, o las máquinas herramientas que han ido sustituyendo al obrero
por instrumentos que lo hacen todo y más perfectamente aunque por lógica han
creado un paro tremendo; pero la revolución en cuyos comienzos estamos es la
que se refiere a máquinas que sustituyen con ventajas al propio cerebro del
hombre, cuyo inicio pudiera ser la calculadora, que suma, resta, multiplica o
hace las más variadas operaciones con más precisión que cualquier persona; el
jugador electrónico de ajedrez, que piensa más rápidamente y mejor la jugada
que el propio Ángel Marchena, o el “contable electrónico”, una maquinita que,
sólo cobrando lo que gasta en pilas y su precio de adquisición, te lleva los
libros de cualquier negocio mejor que el más caro y sofisticado contable. Pero
una de las máquinas más llamativas en este sentido, que ya están haciendo los
japoneses, es el traductor simultáneo electrónico, una máquina que llevas en el
bolsillo cuando viajas a un país cuyo idioma no conoces y para entenderte tú le
dices a la máquina en español lo que deseas y el altavoz de la máquina lo dice
en el idioma correcto del país que visitas.
Por ejemplo, usted está en Inglaterra y quiere tomar el te; pues bien,
le dice a la máquina en español, “quiero una taza de té”, y la máquina, en el
más correcto inglés de Oxford repite: “I want drink a cup of tea.” Quien dice
en inglés, dice en chino, ruso o lapón. Y además con la ventaja de que si usted
en la conversación que da a la máquina suelta un taco o alguna palabra gorda, la
máquina sustituye la palabra esa por el sonido de una campanita, lo que tiene
sus ventajas, aunque yo se de alguno que hablando conseguiría sólo la traducción de repiqueteos campaniles que
parecería que estaba tocando a rebato. Pero, aparte de esto, la máquina solo
ventajas tiene. Y estamos en los comienzos de esta era en la que parece que los
japoneses se van a llevar el “gato al agua”, porque hasta en lo de las placas
solares, en lo que aquí estamos en inicios, ellos las fabrican para todo y a
unos precios tirados cuando aquí a lo más que hemos llegado con el sol es a
utilizarlo como propaganda turística… Y que es lo que nos pasa a nosotros, que
no asistimos a ninguna de estas revoluciones modernas, pues no tenemos dotes de
investigadores porque nos dedicamos a otros “deportes”, y a lo más que hemos
llegado en la industria es a crear el “biscuter”… y ya me dirán ustedes qué
pasó con esa patente. En fin, que seguiremos con el gazpacho y con la tortilla
de patatas, que en esto hasta ahora no hay quien nos iguales, aunque he oído
decir —pero no puedo asegurarlo— que los japoneses ya las están haciendo y
exportando, al igual que el gazpacho, que lo envasan en una especie de latas de
cervezas y están invadiendo con él el mundo.
No sería mejor comprar maquinitas de esas que van a sustituir los
cerebros y ponernos una bajo la boina a cada españolito… No sé, pero yo ya he
encargado una boina con bolsillo interior para el artefacto.
Diario HOY, 10 de diciembre de 1980
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