No hace mucho, un educador decía refiriéndose a las vivencias que
estimulan la imaginación del niño, que eran nocivos para la creatividad de los
pequeños el darles juguetes acabadísimos, verdaderas obras de ingeniería,
porque aparte de la novedad que puedan tener para los pequeños el verlos un
momento, queda marginada su imaginación puesto que el juguete debe ser un
estímulo de ésta y no sólo un asombro de ella.
Según él, hay que volver a los viejos juguetes, inacabados o que
susciten y estimulen la creación; por ejemplo, las antiguas “arquitecturas”, en
las que el niño a base de las piezas que contenía la caja, tenía que realizar
con ellas: casas, palacios, barcos, etc.. En el mismo orden estarían aquellas
“casitas recortables” de cortar y pegar, que estimulaban las manualidades y que
también se han desterrado. En este orden de cosas, sería más “rentable” para
ese estímulo, la muñeca de trapo que se hacían las niñas, que esas muñecas
perfectas que anuncia la “tele”, que andan, comen, descomen, lloran, cantan,
etc… ¿Qué se deja a la imaginación del niño o la niña?... Nada.
Es más, creemos que el propio maquetismo, que ahora está tan en moda
entre los mayores, sigue una línea más lógica que el juguete perfecto y acabado
porque el que realiza la maqueta, mayor o pequeño, pone algo de su parte y
estimula sus manos y su mente en ello.
Para entendernos; que es mejor un simple caballo de cartón, o las
viejas “peponas”, que los juguetes perfectos cuyo mecanismo, con solo darle a
la pila, lo hacen todo.
En este mismo orden de cosas podría estar el ya casi perdido
“belenismo”, la realización del “nacimiento familiar”, en el que había que
construirse desde las “figuritas”, hasta
las praderas de musgos, que había que salir a buscar al campo. Hoy día, todo
esto que estimulaba la convivencia familiar, y la imaginación de los pequeños y
mayores para quedar todo a punto —con mejor o peor fortuna, que esto es lo de
menos— ha quedado desterrado por el simple “misterio” que se compra, o el árbol
de navidad que se pone No sabemos qué ha sido de aquellos concursos de belenes,
o de aquellas asociaciones de belenistas que aquí hubo, lo que sí decimos es
que a esto, como a tantas otras cosas positivas, se los ha venido cargando la
sociedad de consumo en la que estamos inmersos y que es una lástima.
Diario HOY, 7 de diciembre de 1980
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