Ha tenido aquí repercusión eso de que un gitano español va camino de
los altares. Ustedes lo habrán leído. Ceferino Jiménez, “El Pelé”, allá por los
años de la guerra civil, presenció en Barbastro la detención de un sacerdote y
salió en su defensa. Eso y el encontrarle un rosario en sus bolsillos bastó
para que fuera encarcelado y fusilado posteriormente con otras 19 personas,
entre ellas sacerdotes y religiosos. Su vida ejemplar —su testimonio— aún a
pesar de ser analfabeto, van a valerle el que se le declare santo y,
posiblemente, el que toda la gitanería le tenga posteriormente por Patrono.
Recogemos esto porque hay que revisar la actitud de la sociedad
española ante el gitano, porque de los gitanos —quiérase o no— tenemos mucho
que aprender. Estudios muy serios sobre sus orígenes y la pervivencia como raza
incrustada dentro de otras comunidades ajenas, dan como resultado el que uno de
esos factores de cohesión ha sido sin duda su organización en familias, su
culto a lo familiar, su defensa de la familia misma y su dependencia de ella a
través de los siglos. Si los gitanos hubieran diluido esos lazos de familia que
los unen —esa defensa común de la familia a ultranza— los gitanos como tal
pueblo hubieran desaparecido. ¿No es esto aleccionador en un mundo que trata de
algún modo de cargarse la familia? No habrá que recordar lo del divorcio, la
emancipación familiar, etc., para hacer la afirmación que hacemos y expresar el
temor de que la sociedad actual, al menos concebida de una forma cristiana,
camina hacia su desintegración.
Sin duda hay gitanos buenos y gitanos malos, pero entre ellos el culto
a la familia es una constante de siglos. En Cáceres ha habido familias gitanas
muy respetables como era la de los “Alfileres” y muchas otras que sería largo
enumerar Recordamos al viejo Antonio “El Alfiler”, como hombre serio y
trabajador. Trabajador, como suena, porque a cuenta de ser uno de los primeros
que con sus familiares se autoconstruyó una casita, sufrió hasta algún conato
de atentado de otros de su raza que seguían pensando —en aquel entonces— que el
trabajar era un desprestigio. Pasaron aquellos tiempos y en Cáceres sigue
habiendo familias gitanas buenas y trabajadoras de las que, como en el caso de
“El Pelé”, que ahora llega a los altares, tenemos mucho que aprender los payos
cacereños.
Diario HOY, 21 de octubre de 1980.
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