(Incluida
en el libro “Ventanas a la Ciudad”)
La sociedad de consumo, que nos trajo muchas cosas buenas —justo es
reconocerlo— barrió con otras costumbres y tradiciones que hoy en día han
quedado en el recuerdo de algunos, no como algo mejor de lo que ahora existe —que
esto también habría que aclararlo— sino como algo que es lástima se perdiera
porque formaba parte de una personalidad distinta de la uniformidad a la que el
mundo corre y en la que el individuo es un simple camarón al que arrastra la
corriente. Dentro de esas cosas cacereñas a las que barrió el televisor, con
canciones, modos y gustos programados de una forma “centralista” para todos,
figura, sin duda, la manera de festejar la Navidad que aquí, como es posible
pasara en cada localidad o pueblo aislado, había que hacérsela, no esperándolo
todo de la “caja tonta”. Por ejemplo, la diversión y las canciones y romances
que iban a cantarse en estos días, que eran heredados de forma oral de padres a
hijos y que tenían su rito y forma de aprendizaje. Excepcionalmente, uno
conoció los tiempos en los que estas tradiciones se batían en retirada pero
seguían existiendo. Los barrios cacereños típicos, principalmente la calle
Caleros —que es la que más tipismo atesoró últimamente— mantenían una especie
de “viejas glorias”, personas ancianas, que con casi un mes de antelación se
reunían en alguna casa del barrio con la juventud de aquel entonces para
enseñarles a cantar los viejos romances navideños, los villancicos típicos y
las canciones en general que habían heredado de sus mayores. Se enseñaba
también a pulsar la panderetilla, el almirez, la botella de panete y la
zambomba, que eran los instrumentos que solían acompañarlas. Una de estas
viejas glorias de la calle de Caleros a la que yo todavía alcancé a conocer y
me embobó con el canto de algunos de estos romances tradicionales —perdidos hoy
día— fue Lorenza “La Gata”, que había sido lavandera y era un compendio de
tradiciones cacereñas. Ella fue la maestra, posiblemente una de las últimas que
existió, que enseñó aquellos romances perdidos o dispersos que nuestra Navidad
tenía. Estos grupos, la noche de Nochebuena, iban de casa en casa, en una
convivencia en la que participaban todas las familias de la calle, aportando
cada cual no sólo bebidas o comidas, sino más canciones o gracias que se
festejaban en común, generalizándose la alegría, no exenta —como es lógico— de
alguna buena “jumera”, porque dice el refrán que esto del beber y el cantar es
hasta empezar...
¿Se perdió todo aquello? Casi. Si acaso quedará como algo disperso en
personas tan cacereñas o entrañables como Teresa “La Navera”, que las conoció
también, y no me dejará mentir....
Diario HOY, 19 de diciembre de 1980
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