Resulta que la Diputación Provincial ni tiene escudo ni bandera
reconocida oficialmente. Lo decía ayer en el Pleno de la Diputación don Jaime Velázquez: “Hemos encargado a la
Institución Cultural “El Brocense” que revise los archivos provinciales para
encontrar de cuándo parte el actual que usa la Corporación, así como si había
alguna bandera provincial. Se han revisado todos los archivos hasta los del
siglo XIX y en ninguno consta ni la solicitud ni la concesión oficial del
escudo de la provincia, y mucho menos de la bandera.” Esto para los heraldistas
es un tremendo mazazo que, de haber ocurrido en el medievo, hubiera llevado
consigo la pena de horca a la Corporación por apropiación indebida de blasones.
Por eso, don Jaime, dispuesto siempre a “desfacer entuertos”, ha encargado que
se haga un estudio sobre ambas cosas y se inicie el trámite de solicitud,
encargando el asunto a personas versadas en ello... El escudo que se pretende
es el mismo de la capital, sobre la cruz verde de Alcántara, pero rojo, ya que nosotros
recordamos que cuando el Hotel Alcántara trató de utilizar dicha cruz en sus
propagandas y vajillas hubo de solicitarlo de la Orden de Caballeros de
Alcántara que, aunque ustedes crean lo contrario, sigue existiendo y tiene que
dar su visto bueno a la utilización de su insignia. Por cierto, hasta la propia
Diputación hubo de tratar este asunto y en acta constará lo acordado entonces y
hasta una anécdota que alguna vez les contaré, ya que alguien de aquí se fingió
caballero de Alcántara y cuando el asunto trascendió hubo de confesar que no lo
era. Pero vamos al asunto: don Jaime ha pedido opinión a los historiadores
olvidándose de que hay especialistas en la materia que se dedican “profesionalmente”
a esto: los “reyes de armas”, que son los que componen los escudos que cada
persona u organismo ha de utilizar. Yo confieso que sólo he conocido a uno, que
no sé si vive aún, y cuyo nombre era don Dalmiro de la Válgoma, que dio varias
conferencias aquí en Cáceres y hasta fue presentado como tal “rey de armas”.
Don Dalmiro era hombre de hablar tan ampuloso que daba miedo oírle, se refería
a los aspectos heráldicos con unas palabras que ni usted ni yo comprenderíamos:
“el lagarto santiagués”, “los esmaltes”, los leones rampantes y las águilas
volantes… eran frases de su disertación que él decía “tan campante” para
referirse a la cruz de Santiago, los colores, los leones o las águilas… Y
pienso yo, y es ponerse el parche antes que la herida, ¿si la confección del
escudo y la bandera se le encarga a un aficionado, sin título de “rey de
armas”, no cometeremos un intrusismo profesional? Que estas cosas son más
serias de lo que parecen, y a lo peor nos ponen luego pegas para la percepción
del canon.
Diario HOY, 22 de noviembre de 1980
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