Tenemos que hacer un monumento a la “Fuente del Concejo” de Cáceres si
en realidad los cacereños sabemos ser agradecidos. A esa fuente precisamente
debe su pervivencia nuestra ciudad y gracias a sus generosas aguas Cáceres ha
llegado a ser lo que es ahora. Sin Fuente de Concejo, Cáceres no hubiera
llegado a ser nada de lo que ahora es. Conste que la idea no es nuestra, sino
del profesor Antonio José Campesino, autor de una tesis sobre “Estructura y
paisaje urbano de Cáceres” —de la que ayer les hablamos—, en la que se estudia
la evolución de la ciudad de una forma detallada. Para el profesor, Cáceres le
debe mucho más a esa fuente que a los políticos y hombres públicos que nos
gobernaron desde hace siglos.
Y lo malo es que, miren ustedes, en qué abandono tiene nuestra ciudad
a lo que fue una fuente de vida para ella hasta que el pantano del Guadiloba
vino a mitigar la sed secular de Cáceres y, como quien dice, a tomar el testigo
del devenir actual y futuro de nuestra ciudad.
Muchas personas conocieron la profesión de “aguador” o “aguadora” que
era frecuente en Cáceres hasta bien pasada la guerra civil. Eran unos humildes
trabajadores que ganaban su sustento acarreando cargas de aguas a las casas
particulares tomada de los chorros de Concejo, o de los de Fuente Fría o Jinche
que venían a reforzar los caudales de Consejo. Pero era Concejo el principal
punto de cita de los mozos y mozas aguadoras. En las casas pudientes se
dedicaba algún servicio a ir por agua a Concejo, que era en cierto modo —y
mientras esperaba el turno en los chorros— un mentidero de la ciudad, un lugar
de convivencia social y un punto de cita para el eventual encuentro de
enamorados, con el pretexto de la aguada. Y esto bien entrado el siglo, y
aunque ya había en algunas casas “la potable”, que se destinaba a otros usos
porque para beber, lo que se dice beber, como el agua de Concejo ninguna.
Al homenaje que el profesor pide para Concejo, nosotros uniríamos uno
más como es la cita a aquellos “aguadores” que en una tradición casi árabe
vendían el agua a las casas haciendo de buenos samaritanos con todos. Entre los
últimos quizás que recordamos y alcanzamos a conocer estaba “la señá
Anunciata”, que encerraba su burrillo del agua en la calle Cornudilla, y que
vino a morir de anciana como la fuente misma. Homenaje a Concejo, sí, pero con
un recuerdo a los “aguadores” que durante siglos mitigaron la sed de la ciudad.
Diario HOY, 22 de octubre de 1980.
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