lunes, 12 de junio de 2017

¿Y qué me dicen de los educandos?


Al fin parece que se atisba un poco de sensatez por parte de los enseñantes, que ya han anunciado su entrada a clase. A pesar de todo, nos preocupa el que en la actualidad, cuando se organizan huelgas, no se tenga sumo cuidado en hacer la reclamación de lo que cada cual crea le corresponda en justicia sin perjudicar a nadie y menos a un tercero que en realidad es un sujeto paciente que va a recoger los trastos rotos, sin sacar ningún beneficio del pronunciamiento.
Cuando se han hecho otro tipo de huelgas, por ejemplo las de médicos, se suele dejar un retén o un compromiso de atender lo que pudiéramos llamar casos de urgencia, por lo que pensamos que en el caso de los enseñantes, no sabemos de qué modo, pero debió pensarse en el daño irreparable que se ocasionaba a la formación de los niños, y organizar la protesta de modo que este perjuicio no se hubiera llevado a efecto. No se nos alcanza cómo podría haberse montado esa atención a las urgencias, porque estimamos que aprender es urgente para todos los pequeños, máxime en la edad en que están que suele responder más al ejemplo de sus profesores que a las recomendaciones que se le puedan hacer. En este sentido el daño es irreparable, porque el tiempo perdido no habrá forma de recuperarlo más que cargando a los pequeños con más clases que lógicamente han de llevar cuesta arriba, porque ellos no han sacado nada de la huelga de sus maestros; queremos decir nada positivo. Sus maestros sí —y si no lo han sacado piensan sacarlo— por lo que es lógico que ellos sean los que tengan que recuperar el tiempo perdido, pero no los niños que de propia intención no perdieron tiempo alguno… Yo no sé cómo expresarlo, pero en toda esta huelga de profesores hay una cierta injusticia con los educandos que no debieron nunca padecer.
Podría argumentarse que la huelga es justa en cuanto a reivindicaciones salariales —y probablemente lo sea— pero lo que no es justo que en una discusión entre administración y profesores, haya un tercero perjudicado —que ni protestó ni se benefició de nada—… ¿A quién culpamos de esta injusticia, al Ministerio por no atender a sus profesores o a los profesores?
No sé, pero pienso —sin tratar de ofender a nadie— que debería haber otros caminos de protesta en los que no hubiera daños a tercero… o como pasa con el seguro del automóvil, indemnizar a esos terceros por el perjuicio que se les ha causado sin que ellos hayan tenido culpa de nada.
Diario HOY, 11 de enero de 1981

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