Nada, que el agua está muy dura de caer. Las borrascas que nos visitan
son como de juguete y aunque se anuncian chubascos el agua que suele caer no
serviría ni para humedecer un sello. Por no ir más allá, en la noche del
miércoles se nos llenó el cielo de nueves y cuando creíamos que la lluvia era
segura y hasta comenzaron a caer unas gotas un fuerte viento se llevó las nubes
a otro sitio y nos quedamos con las ganas. Porque lo importante para que llueva
es que haya nubes porque habiéndolas hay hasta métodos científicos para
hacerlas soltar su agua.
Yo recuerdo que en tiempos de la “pertinaz sequía” de los años
cuarenta —que yo viví— los alemanes montaron unas redes de instrumentos,
precisamente en España, y de algún modo
bombardeaban con unos efluvios químicos las nubes y las hacían precipitar su
lluvia. Al menos esta era la teoría, en la que era necesario que hubiera nubes
porque si no el producto químico “precipitante” no servía para nada. Se decía
entonces que era más efectivo bombardearlas con una especie de morteros, haciéndolas
llegar antes el producto químico, con lo que se conseguían mejores resultados
aunque este sistema era más caro porque se necesitaba un artificiero que fuera
persiguiendo a las nubes y acertando en sus impactos.
En fin, hablaba yo de todo esto con mi buen amigo Juan Tapia —del que
ya he dicho que miente lo suyo—, quien me confesaba:
— Yo tengo un sistema, que estoy a punto de patentar, para hacer llover,
y que se me ocurrió un buen día cuando estaba guisando.
(Aclaro que Juan es muy aficionado a la gastronomía y se cocina sus
propios platos)
“Pues bien —continuó— estaba yo picando cebollas y no dejaba de
llorar, porque ya sabes que la cebolla precipita el llanto. Entonces se me
ocurrió que si a las nubes se les pega un buen “cebollazo”, éstas no tienen por
menos que “llorar su agua” sobre la tierra. Pero tiene que haber nubes, claro”.
Lo difícil será hacer llegar las cebollas a las nubes —insinuamos—
aparte de que las cebollas están muy caras; al menos su precio está por las
nubes.
— ¿Y cómo haremos llegar tan algo las cebollas?
— Todo lo tengo resuelto —me dijo Juan Tapia—, pero hasta que lo
patente no quiero adelantarte más; que me busquen nubes y yo me encargaré de
pegarles el cebollazo.
Yo no sé si en esto habrá algo de cierto, pero si siguen así las cosas
habrá que ensayar el “cebollazo” de mi buen amigo Juan.
Diario HOY, 20 de febrero de 1981
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