Cuando se intentó que la primera línea de ferrocarril cruzara nuestra
provincia —hace de esto casi un siglo— se armó aquí la “marimorena”, porque la
mayoría de los propietarios de fincas se negaron a que el tren cruzara por su
propiedad aduciendo que de ello sólo se podía derivar una serie de desgracias
que no estaban dispuestos a sufrir. Había entonces una mentalización a la que
habían contribuido los periódicos ilustrados de la época dando dibujos de
locomotoras atropellando ganados, personas despavoridas huyendo del
ferrocarril, máquinas cuyas calderas explotaban e incendios provocados por las
“chispas” que del demoníaco invento se desprendían. Esta mentalización, en la
que encajaba aquel “cuento” del pastor que explicaba cómo el tren le había matado
un montón de ovejas, diciendo: “¡Y gracias que el “bicho” venía de punta,
porque si viene de “lao” no queda ni el chozo”. Esta mentalización, repetimos—
provocó el que los terratenientes cacereños hicieran una oposición tan enorme
al paso del ferrocarril que ello quedó relejado en una serie de expedientes
(copia de algunos de los cuales poseo) que fueron tratados por la Diputación
provincial, que también se opuso al invento, y hubo el consiguiente “pleito”
que acabó ganando el ferrocarril
No obstante, las gentes que trazaron el primer ferrocarril
“Madrid-Cáceres-Portugal”, quizás por “venganza” (aunque también por mayor
carestía de los terrenos) fueron como huyendo, en su trazado, de los núcleos de
población. Así, Trujillo quedó marginado y sin ferrocarril; Cañaveral, aunque
la línea cruza por el pueblo tiene estación a unos cuantos kilómetros; Casar de
Cáceres quedó a nueve kilómetros de la suya, etc., etc. Es más, hasta la misma
capital quedó a 14 kilómetros de la línea, siendo la estación más próxima
Arroyo-Malpartida a la que, posteriormente se le unió con una “vía terminal”
que hemos sufrido hasta nuestros días porque también quedamos marginados del
“invento”. Esta marginación, ha costado casi 60 años de luchas y gestiones para
que se hiciera una variante que la corrigiera y que se hizo concretamente en
1961, cuando volvimos a quedar en la línea trazada entre Madrid y Lisboa en la
que debimos haber estado siempre.
Toda aquella oposición a un progreso que trajeron los tiempos, y lo
que hemos sufrido después por ella, me han hecho —al menos a mi— meditar mucho
sobre la actual oposición a las centrales nucleares, tomando pie de que el presidente
del Gobierno acaba de inaugurar la de Almaraz, porque pienso yo que lo que
debemos exigir son seguridades, porque el progreso del mundo marcha por ese
camino y prueba de ello es que en los países del Este —que tanto instigan la
oposición de los del Oeste— se ponen sin más. Meditemos en ello porque puede
que, sin saberlo, estemos “haciendo el caldo gordo” a alguien.
Diario HOY, 31 de marzo de 1981
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