lunes, 26 de junio de 2017

La ordenanza de los pájaros


Tengo que confesar con cierta vergüenza que cuando yo era chaval y oí por primera vez la palabra ornitólogo, como pregunté qué era aquello y me respondieron: “los que se dedican a los pájaros”, en mi mente infantil se formó la idea de que ornitólogos eran los que se dedicaban a asar pájaros con un horno.
En mi descargo tengo que decir que aparte de ser un niño, por aquel entonces había la práctica de comer pájaros fritos y por la similitud del sonido de la palabra, yo estimé que estos ornitólogos eran una especie de “gurmet” que los preferían asados. Téngase también en cuenta que yo procedo de una familia tradicionalmente cazadora y no podía imaginar que el ornitólogo es el amante o seguidor de la parte de la Zoología que trata de las aves y de su defensa. Digo esto en descargo de mi conciencia infantil y de mi ignorancia, que, al menos en se campo, algo ha evolucionado; pero también quiero hacer la salvedad de que los cazadores de los que yo procedo, y yo he conocido, eran también amantes de las aves y no verdaderos “monstruos” como algún ornitólogo actual quiere presentarlos. No hay, a mi modo de ver, antagonismo entre amar a las aves y cazarlas (las que puedan cazarse) y en esto sí que quisiera romper una lanza en memoria de los viejos cazadores que respetaron y amaron a sus antagonistas, las piezas de caza.
Algo que hay que poner en claro es que una cosa es el cazador —que cada vez abunda menos— y otra el tirador —que cada vez abunda más—. El primero respeta el ciclo normal de reproducción de las aves, le da ocasión de “defenderse· en ese “juego” que es la caza, no usando de tretas que puedan acabar con las especies o agotarlas, porque su deporte depende de que ellas pervivan. El tirador es quien abate a todo lo que se mueve importándole más el acierto del disparo que la pervivencia o no de la especie cazada a la que ignora. El cazador sabe las costumbres de los animales, a los que ama; el otro no.. Y para terminar, una curiosidad: hace ya varios siglos, Cáceres se vio invadida de tal cantidad de pájaros que comenzaron a comerse las cosechas y amenazaban con producir una ola de hambre en la ciudad y sus alrededores, hasta el punto de que el Ayuntamiento se vio obligado a dar una “ley” conocida por “Ordenanza de los pájaros” por la que se obligaba a cada vecino a cazar un determinado número de ellas y presentar sus cadáveres al Ayuntamiento. El reparto se hizo por gremios y profesiones y hasta los sacerdotes estaban obligados a presentar los cadáveres de pájaros asignados, y de no hacerlo tenían que pagar multa al Ayuntamiento… Para que vean que los pájaros también hacen a veces de las suyas.
Diario HOY, 16 de abril de 1981

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