martes, 20 de junio de 2017

Las estatuas cacereñas de Pérez Comendador

(Incluida en el libro “Ventanas a la Ciudad”)
Inauguración de la estatua - Año 1926
Todos hemos sentido la muerte de nuestro paisano, el eminente escultor Enrique Pérez Comendador. Si de algo podíamos presumir los extremeños en estos últimos 50 años era el que dos de los mejores escultores españoles habían nacido en nuestro suelo: Juan de Avalos, en Badajoz y Enrique Pérez Comendador, en Cáceres.
Su muerte ha venido a rememorar vivencias y anécdotas sucedidas en su entorno y sobre su quehacer y su obra. En Cáceres existen, quizás, pocas de las obras del escultor fallecido, pero importantes dentro de su quehacer artístico, porque podríamos decir que aquí se mantienen estatuas realizadas cuando casi era una promesa y otras en las que se volcó toda la florida madurez de ese quehacer en el que consumió su vida, siendo admiración de propios y extraños.
Simbología en un lateral
La estatua del poeta Gabriel y Galán, ante la que poetas de Extremadura anualmente rinden un homenaje de recordación de aquel cantor de nuestra región, la que figura en el paseo de Cánovas, fue una de las obras de comienzo del escultor que acabamos de perder. Está realizada ya con el profundo conocimiento que en toda su obra puso Pérez Comendador. Hasta los símbolos —que desgraciadamente han desaparecido— y que la acompañaban en las esquinas de su podium, la tórtola, la paloma, el búho, tienen un sentido de la ternura, la paz, la sabiduría, que caracterizó al poeta. Plasmado en bronce, la misma actitud y su vestimenta, con el libro de su magisterio y la parda capa del campesino, son un profundo simbolismo de lo que fue José María Gabriel y Galán.
Simbología en el otro lateral
Así era Enrique Pérez Comendador, un artista que llevaba al bronce a su personaje tras  un profundo estudio biográfico de su vida y su entorno, de su historia. Esto podríamos decir del busto de Pizarro que figura en la Diputación Provincial, del que no sabríamos que admirar más, si la verdad histórica del personaje que se ha conservado en todas sus raíces, o el vuelo imaginativo y artístico del escultor, plasmado en la mirada y en las sarmentosas manos del retratado, manos y mirada del iluminado viejo que conquistó Perú.
Una de sus últimas estatuas públicas hechas para Cáceres, fue su “San Pedro de Alcántara”, que figura a modo de mascarón de proa en la concatedral cacereña. Se dijo en aquel entonces —por los años cincuenta— cuando se inauguró, que su cabeza era un autorretrato del autor. Quien esto firma, como periodista, hizo esa pregunta al propio Enrique Pérez Comendador que respondió con la prudencia y mesura que en él eran norma de vida: El artista siempre debe dejar algo suyo en la obra.
Diario HOY, 4 de marzo de 1981

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