Uno se asombra de la cantidad de amigos que no tiene. Suele pasar que
es cierto eso de que debe ser bueno el tener amigos hasta en el infierno, pero
es curioso que cuando a uno le llega la hora de la verdad —en la que esos que
se dicen amigos tienen que echarte una mano— a lo mejor lo que te echan es un
pie para ponerte la zancadilla. No sé si esto es condición humana que llegó a
provocar el dicho de “cuanto más conozco a los hombres, amo más a mi perro”,
por aquello de la fidelidad; o bien ese otro refrán que dice: “Conocidos,
muchos; pero amigos, amigos, si acaso uno o dos”… Traduzcan ustedes esto que
nos pasa a nivel particular, al nivel nacional; se darán cuenta de los pocos
amigos que como nación tenemos, porque a esos niveles todos van a lo suyo y a
tirar de los pies al que, aunque sea de lejos y “por si acaso”, pueda hacerles
sombra.
Como nación algunos nos creímos que cuando llegara la democracia —pega
que se ponía entonces para todo— entraríamos de inmediato en el Mercado Común,
nos devolverían Gibraltar, estaríamos a partir un piñón (no un peñón) con toda
Europa, etc… Pero llegó la democracia y las cosas, en cuanto a amistad y ayuda
de otras naciones, siguen estando igual o quizás peor porque ya no nos valen las
razones que nos daban antes para no entrar. La señora Thatcher ha declarado que
la devolución de Gibraltar va para muy largo; Marruecos anda pidiendo garantías
a la CEE ante el ingreso de España por si afecta a sus cítricos, mientras nos
siguen apresando barcos pesqueros impunemente. Y donde las cosas ya llegan a
unos niveles fuera de lo común es con Francia, ya que mientras por un lado se
llaman amigos nuestros, por el otro —y ésta es constante histórica— tratan de
hacernos cuantas faenas pueden: declaración de todos sus políticos aspirantes a
la presidencia de la negativa de entrada de España en la CEE, amparo de la
plana mayor de ETA y otros nidos terroristas, etcétera. Esto sin contar otros
“cariños” de menor cuantía como el de Rusia, que en vez de diplomáticos nos
envía espías con ánimo de desestabilizar nuestro equilibrio interior.
Lo de Francia no debe cogernos de nuevas porque ha sido una constante
histórica de la que los franceses no se han apeado nunca; pasó con la monarquía,
con la república —de la que ello se decían amigos— y sigue pasando ahora por mucho
que traten de disimularlo. Recuerdo que cuando estudiamos bachillerato, por
esas razones hubo algunos que se negaron a estudiar francés, y nuestro profesor
don Felipe Trejo nos decía: “Hay que estudiarlo para poderlos insultar en su
idioma y que se enteren.”
Diario HOY, 6 de mayo de 1981
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.