Ayer fue el día de San Isidro Labrador, santo al que nuestro pueblo le
tiene gran devoción y confianza. En nuestra propia capital no se festeja ya,
como debió hacerse de antiguo, pero sí en nuestros pueblos de alrededor, porque
no en vano son pueblos agrícolas que admiraron siempre a san Isidro y tuvieron
con él una confianza rayana ya en el compadreo, de lo que es muestra la copla,
cuyo origen desconozco, ya que se canta
en muchos de ellos:
“San Isidro
Labrador
pájaro que
nunca anidas,
no le pegues
al muchacho
que apareció
la petaca…”
Como ven la copla no tiene ni pies ni cabeza, pero el hecho es que se
sigue cantando en muchos de nuestros pueblos, como se cantan otras muchas
coplas del mismo corte que no tienen ningún sentido ofensivo, sino más bien el
de la confianza casi fraternal en el labrador santificado que debió ser Isidro.
Isidro era madrileño, nacido en lo que después sería la capital del
Reino, y que entonces se llamaba “Maioritum”; vivió por el siglo XII y estaba
casado con María de la Cabeza —que también fue santificada—. Él fue canonizado
por Gregorio XV y desde entonces fue el patrono y valedor de todos los
agricultores y el admirado de todos los españoles, que más o menos hemos dejado
la reja y el arado hace poco… Algunos todavía siguen con ella, pero como se
están poniendo las cosas —y si San Isidro no lo remedia— van a tener también
que dejarla.
Yo muchas veces me he preguntado por qué estaba tan generalizada la
admiración al Santo Isidro, y tengo para mí que tiene sus motivos, no
confesados. Como se recordará, existe la piadosa leyenda de que, mientras
Isidro dormía, unos ángeles le cultivaban los campos —no digo yo que el santo
no diera golpe, pero hay muchos que lo piensan— y ahí cifro, en mi fuero
interno, la admiración por el bendito Isidro que, por bueno, alcanzó esa
inestimable ayuda. Nuestro pueblo, nosotros mismos, quisiéramos conseguir por
otros medios —aunque fueran menos santos— lo que Isidro logró por sus inestimables
cualidades, y así echamos la quiniela, jugamos a la lotería, nos “embarcamos”
en el “bingo”, etc., etc… Lo que ya es un síntoma de que nuestra admiración está
más en lo accesorio del santo, que era el que encontraba ayudas sin pedirlas,
que en lo esencial, como es el imitar su vida como siervo de Dios no regateando
el trabajo.
En fin, amigos, que siempre nos quedamos por las ramas, lo que no debe
gustarle a San Isidro.
Diario HOY, 16 de mayo de 1981
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