Uno no acaba de comprender por qué el empecinamiento de cargarse el
mercado franco de los miércoles, que tanto éxito de público comprador tiene cada
semana en el Camino Llano. La última permanente municipal trató de una petición
de representantes de la Cámara de Comercio que recogiendo el punto de vista de
los comerciantes de la capital solicitan el traslado de este mercadillo a las
inmediaciones del central de abastos o a los márgenes de la carretera de la
Ciudad Deportiva. La Permanente ha trasladado el tema a la Comisión de
Servicios que lo estudiará, y ahí ha quedado la cosa.
Yo no quiero entrar en las razones que pueden tener los peticionarios
para solicitar ese traslado que, estoy seguro, ellos desearían que fuera hasta
de la población, sino más bien en el sentido de que como el tema del mercado
franco es un tema general en el que no sólo están implicados los comerciantes
sino los consumidores que lo utilizan los miércoles de manera tumultuaria, se
ha vuelto a olvidar, o puede correrse el peligro de olvidar, la opinión que
sobre el mencionado mercadillo puedan tener los usuarios y consumidores en
cuanto a su traslado y aun modificación en cualquier sentido.
Los comerciantes ya instalados son parte interesada, y esto lo ve
cualquiera, ya que cualquier competencia que pueda provocar una baja del precio
del producto o bien una marcha de los clientes hacia otros establecimientos, no
debe ser deseable. Pero si esa competencia (siempre que sea lícita) viene a
beneficiar al consumidor —desgraciadamente tan olvidado— el Ayuntamiento que lo
forman tanto los comerciantes como los consumidores —y estos últimos en mayor
número— debe tener sumo cuidado en inclinarse en beneficio de una “clase” o de
otra, porque si los comerciantes pagan sus impuestos también los pagan los
consumidores y, hasta lo de ahora, no hemos sabido que alguna agrupación de
estos últimos haya pedido modificación de sitio o sistema del “mercado franco”.
Hay un hecho que hay que reconocer, y es que el “mercadillo” ha
servido para frenar precios. Puede aducirse —y los comerciantes lo hacen— que
los productos que allí se expenden son de peor calidad que los suyos, pero la
gente se arregla y se ahorra unas pesetas y, sobre todo, están contentos con
esta forma de venta.
Diario HOY, 9 de mayo de 1981
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