Dicen que el mal humor del Rey Pedro I el Cruel era debido a tener un
piojo (en aquel entonces, sin haberse inventado el D.D.T. los parásitos los
tenían hasta los reyes), un piojo, repito, cojo y con pata de palo que, al
desplazarse por la cabeza, le producía tal ruido con el cojitranqueo, que se ponía
de “mala sangre” y, en su desesperación, hacía las crueldades que le dieron
nombre.
El tal piojo debió ser el causante de la muerte de los “Giles”
cacereños, historia que voy a contarles.
En 1367 eran alcaldes del Alcázar cacereño (Palacio de los Reyes, hoy
desaparecido) dos hidalgos de este apellido, Gil (descendientes por línea
bastarda del rey conquistador Alfonso IX) que para evitar disquisiciones en las
luchas que el rey Pedro tenía con su hermano Enrique de Trastamara y, por
acuerdo de ambos, habían jurado no entregar la fortaleza a ninguno de los dos
contendientes, si no era con un permiso firmado del otro. Sucedió que en ese
año se presentó de improviso el Rey Cruel reclamando la fortaleza cacereña como
suya y respondiéndole los Giles que antes de faltar a su juramento preferirían
perder la vida… Debía tener don Pedro el piojo cojo alborotado y, sin más,
mandó que les cortaran las cabezas.
Enterrados están en la Iglesia de San Mateo y sobre su lápida, que se
ha perdido, rezaba escuetamente: “Esta es la casa de los Giles”… Ejemplo fue
esa lápida del honor debido a la palabra dada, durante muchos siglos, hasta que
un párroco, allá por el siglo pasado, mandó picarla —con otras muchas más— para
que el pavimento de la iglesia fuera más cómodo a los fieles.
Esta es una vieja historia cacereña casi olvidada ya, y como alguien nos
ha pedido que rememoremos alguna vez la historia legendaria de nuestro pasado,
lo hacemos. Por otro lado, bien demostrado queda que el Rey Pedro tenía “malas
pulgas”, aunque en este caso fueran “malos piojos”… y puede que hasta de ahí
venga la frase.
Diario HOY, 12 de abril de 1981
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