miércoles, 28 de junio de 2017

Los viejos cafés cacereños

Obligado es agradecer a Luis Montalbán el haberse acordado de esta sección y haber dedicado una cariñosísima carta hacia la ventana y al que la firma. Hay algo que dice en la carta en lo que quiero insistir —sin que esto parezca una “asociación de bombos mutuos”—, referido a lo mucho que él ha escrito sobre este Cáceres de nuestros amores y los conocimientos que sobre el mismo tiene por haberse criado en ese observatorio excepcional que fue el famoso “Café de Santa Catalina”, propiedad de su familia, que durante muchos lustros fue el centro social cacereño. Yo no lo llegué a conocer, pero he oído hablar tanto de él que podría escribir algunas historias de segunda mano que es preferible cuente él de primera mano, como la del perro Curro que nos ha prometido.
No obstante, es curioso saber que la vida social de Cáceres giró casi siempre alrededor de un café —y me refiero a la vida del verdadero pueblo, no a la de los “señores” que tuvieron su casino—. He citado el café de “Santa Catalina” que fue centro de reunión social de primeros de siglo, pero herederos de él —y ya conocidos por mí— fueron el “Café Viena” donde cacereños como Pedro de Lorenzo y Leocadio Mejías, comenzaron a hacer sus primeros pinitos literarios aunque entonces se firmaran: Viky y Kopolan, lanzando una deliciosa novela con el extraño título de Santa Lila de la Luna y Lola, en la que se describe, de forma deliciosa, el mencionado café provinciano.
Después fue el “Jamec”, que fundó Eugenio Alonso, que trajo a Cáceres las primeras bandas de “jazz” con el negro Arango incluido.
Más tarde sería el “Avenida” el que acaparara la vida social cacereña, con sus dos barras, la de los “cursis” y los menos cursis, que nos ofreció las primeras “animadoras” entre las que se cuenta la famosísima cantante lírica Pilar Lorengar, aunque entonces no se llamara así, sino Lorenza García, más tarde Loren Garcí, y posteriormente el nombre artístico que ahora tiene.
Todos estos cafés desaparecieron, algunos recientemente, y ahora ¿cuál es el “café” que ha tomado el testigo?, porque la vida social es menos recoleta que entonces y puede que haya terminado con el carácter familiar de aquellos “cafés” de entonces que muy bien pudieron servir para inspirar la letra de tango.
Diario HOY, 3 de mayo de 1981
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La carta a la que alude Fernando García Morales en esta ventana se publicó en el Diario Hoy de 1 de mayo de 1981 y se relacionaba con “Ventana” titulada “Una saeta de Miguel “El Gacho”, publicada el 24 de abril anterior.
La carta de Luis Montalbán Portillo decía lo siguiente:
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Para Fernando:
Amigo Fernando: Estoy en una cuádruple deuda contigo, y es mucha carga moral para seguir durmiendo con tranquilidad.
Primero fue por un artículo sobre bolindres y “guindillas” que correspondía a mi homónimo hijo y me la colgaron a mí. Después, porque fuiste mi eco en lo que, con muy buena intención, aireaba por obligación y para evitar su repetición. No se interpretó así mi buena fe y ha quedado en el silencio la definitiva contestación, con las pruebas autógrafas que quiero enseñarte, para que seas mi heredero espiritual, quedando de testigo mudo y complicado en el buen consejo que me dieron:
“Mira, Montalbán, vamos a dejarlo porque ya no se adelanta nada más con seguir liando el asunto”.
Y sigo contigo: La tercera fue que volviste sobre la misma polémica, repitiendo el eco con mayor sonoridad y a semejanza de esas repeticiones que se dan en esa Serranía de los Órganos, que sólo conozco por aquella película en la que Joselito, entonces un niño, interpreta una canción, como solo un ruiseñor podría hacerlo, en la soledad de aquellas bellísimas montañas.
Y por cuarta vez sales comentando, jocosamente, un episodio de mi antigua casa, el “Café Santa Catalina”, sobre la actuación de un perro que no se separaba de mí ni un momento y que, a trancas y barrancas de las personas mayores que me criaban, compartía conmigo la cama y el rebañar, o relamer, mi colmado plato de natillas o arroz con leche.
¡Qué bien y que sencillas te han salido tus cuatro intervenciones!
También estoy enterado de tu interés para que yo escriba —¿más?— sobre esta querida ciudad cacereña de la multitud de anécdotas y sucedidos que, por mi afortunada y larga vida, presencié, o supe, a través de algunos relatos; para que quede constancia y, tal vez pudieran tener su utilidad a los futuros historiadores que nos sucedan.
Sobre esto, no puedo hacer una promesa de complacerte, aparte de que son muchas las cosas que tengo contadas y publicadas, o archivadas, pues los años no pasan en balde y cada vez me va gustando más el vivir sin molestias ni preocupaciones, aunque luego no soy capaz de conseguirlo.
Pero eso sí, de momento voy a hacer una excepción, porque te la mereces, y te voy a contar la pequeña historia de aquel perro que, a la presencia del “Gachó”, y por motivo justificado (que conste), le gruñía invariablemente, demostrándole su rencor y enemistad.
Como este preámbulo ha salido demasiado extenso, lo dejo para un próximo día, teniendo en cuenta que, para mí el ser un buen periodista (una ilusión de toda mi vida) necesita que sus artículos tengan tres condiciones: primera, ser cortos; segunda, ser claros y tercera, ser instructivos.
Tres sabidurías que el amigo Fernando reúne constantemente en su “Ventana a la ciudad” y de cuanto sale de su pluma.
Espero que la dirección de HOY, si publica estas líneas, me ceda otro espacio para que cuente la biografía y andanzas del “fox terrier” de inolvidable recuerdo y que, en vida, atendía por el nombre de “Curro”.
Así queda esto en un “suspense” de tanto atractivo para lectores asiduos y curiosos, con la posibilidad de que, al final, salga algún superviviente diciendo:
—Eso ya lo sabía yo, y, además…
Unos puntos suspensivos que podrían servir para que, ese anónimo que contesta interiormente, nos citara a una charla y, entre todos, enriqueceríamos el filón – histórico de nuestro Cáceres desde primeros de siglo.
Luis Montalbán

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