sábado, 24 de junio de 2017

Mi “hija”, la acacia del Perejil


Dicen que lo de la “Fiesta del árbol” nació en Cáceres, aunque luego nos quedáramos sin ella y aún sin el recuerdo de cómo se hacía o cómo se inició. Se nos ha dado muchas veces el caso de que cosas nacidas aquí han rebasado el nivel local o provincial y cuando han arraigado fuera hemos perdido hasta la noción de que aquí fueron “inventadas”. No recuerdo exactamente de qué escuela o de qué maestro cacereño partió la idea de hacer “la fiesta del árbol” para encariñar a los escolares con la propia naturaleza y lograr que se sintieran en cierto modo unidos a ella por un lazo de afecto. Ahora que se habla tanto de ecología, estos pequeños vínculos se han olvidado. Entonces —pienso yo— se hacía más y se hablaba menos. Lo que sí recuerdo era cómo se realizaba aquí la aludida “fiesta” anualmente, porque yo era escolar por aquel entonces. Cada niño plantaba un árbol y se le mentalizaba en la “obligación moral” de cuidar de él hasta que fuera grande. Unos años tocaba un paseo y otros años otro. La fiesta —en la que dicho sea de paso lo hacían casi todo los jardineros municipales— se reducía a que el niño sujetaba el plantón de árbol, mientras se procedía a su implantación y prácticamente se comprometía a “defenderlo”. Después había una merienda para los escolares y cada cual presumía de su árbol, y, si no todos los días, de vez en cuando pasaba a ver cómo iba su “hijo vegetal”, al que defendía del ataque de otros niños y hasta regaba, si llegaba el caso.
Recuerdo yo que, por ese sistema, yo soy “padre espiritual” de una de las frondosas acacias que existen en el paseo del “Peregil” que ahora se llama de “Las Delicias” y muchas veces, en mi niñez, adolescencia y madurez, he pasado a “visitarla”. La verdad es que mi acacia me ha salido un poco “respondona”, porque como resulta que soy alérgico al polen de estos árboles, en alguna de estas visitas me ha proporcionado unos picores nasales que han convertido la posible conversación paterno-filial en un monólogo de estornudos por mi parte, en los que en ocasión me he dado hasta algún cabezazo contra ella. Son los disgustos que proporcionan los “hijos” y yo se lo perdono porque creo que lo hace más bien por broma, como algunos niños lo hacen con los polvos de “pica-pica”… Pero esto aparte creo que aquellas “fiestas del árbol” tenían mucho más de positivo que de negativo y que, de algún modo, a la juventud actual los deberíamos encariñar también con nuestros “hermanos los árboles”, con lo que habría bastantes menos incendios forestales y un respeto mayor a nuestro entorno natural del que dependemos.
Diario HOY, 7 de abril de 1981

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