(Incluida en el libro
“Ventanas a la Ciudad”)
Los que inventaron la frase cacereña de “Sabes más que las pardillas
del Guadiloba”, fueron los carpinteros, porque el gremio de carpinteros
cacereños, tal día como hoy —el de San José, que lo tienen por patrono— solían
hacer excursión a las orillas del río Guadiloba, para pescar pardillas que
serían la base de la comida común, o al menos el imprescindible aperitivo que
se regaba largamente con vino de la tierra porque el gremio de la garlopa, al
menos en Cáceres, ha sido siempre muy aficionado al “alpiste”. Había dos cosas
imprescindibles en esta comilona: las pardillas y el vino, lo demás se daba por
añadidura y lo importante, como en el deporte, era participar.
No sabemos si la práctica continúa haciéndose o no, porque los métodos
de pesca empleados —al menos tradicionalmente— están prohibidos, y ahora con la
traba de licencias para pescar, vedas y otras burocracias por el estilo, estas
tradiciones se han ido perdiendo en su prístino estilo. Cierto que no sabemos
por qué en el gremio de carpintería se sigue dando mucho la afición a la pesca,
pero los métodos de entonces no son aplicables a los momentos actuales y,
aunque se nos enfaden los ecologistas,
ni tan divertidos como aquellos.
Había un sistema de pesca que era “la coca”, un estupefaciente, con el
que se aliñaba una especie de potaje de langostos, que había que coger esa
misma mañana. Hecho el guiso en un recipiente, se iban echando porciones del
mismo por todo el charco elegido y nada más que los probaban, las pardillas
quedaban encocadas y como borrachas, por lo que era posible apresarlas con
cualquier manga o con la propia mano, aunque esta borrachera solía pasarles
pronto, y había que darse prisa en la pesca, pues la mayoría podía escaparse,
de donde viene el dicho del saber de estos peces.
Del charco a la sartén y bien fritas o en mojo, se iban regando con el
aludido vino y tras ello, el baño si el día estaba bueno, y las bromas de este
gremio que siempre ha solido tener buen humor, se pasaba el día, para regresar
a la caída de la tarde a la ciudad, a pie y sin interrumpir la conversación,
las bromas, los chistes y el ir y venir de la bota que era la que ponía sal y
sustancia a la convivencia. Al llegar al alto del arroyo de Los Carboneros, ya
se veían las torres de Cáceres y, no sabemos por qué, alguno decía: Ya estamos
cerca, porque se ve el “Cerro de los Ladrones”, nombre con el que designaban
popularmente a la Ciudad Monumental, sin que nadie haya sabido explicarnos la razón.
Y ahí ponemos punto a esa vieja estampa cacereña, que es posible se haya
perdido.
Diario HOY, 19 de marzo de 1981
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