Aunque hace ya muchísimos años que ocurrió, voy a contarles esta
anécdota de una antigua Semana Santa cacereña, porque pienso que merece la pena
conservarse y nadie puede pensar ya que sea una irreverencia.
Para entendernos comenzaremos diciendo que, aquí en el Cáceres de mi
generación, y de muchas generaciones anteriores, a los laceros se los llama
“sabanillas”, tomado del nombre o mote del primer funcionario que en nuestro
municipio ejerció el oficio de apresar canes, y por “sabanilla” se conocían y
se siguen conociendo a los que se dedican a tal oficio.
Hablando de canes, les diremos que entre los canes “famosos” que ha
habido en Cáceres, en cuanto a popularidad se refiere, figuraron el perro de
Marra, un conocido árbitro de fútbol —fallecido ya—, que cuando “armaba el
taco” en el campo el primero que “invadía” el terreno de juego era su perro que
le mordía los cordones de las botas con el regocijo de los aficionados, que
solían preguntarle a voces: “Marra, ¿y el perro?”.
El otro can, mucho menos simpático, ya que dicen ladraba a todo el
mundo, era de un popular y conocido cacereño, también fallecido, llamado
Montalbán, que derrochaba la simpatía a raudales, pero el perro salió antipático
y molesto, aunque él le tuviera mucho cariño… Así las cosas, entremos en el
escenario, un Cáceres en el que se conocían todos y en el que todos, más o
menos, formaban una gran familia. En esta familia figuraba un tipo popular y
simpático, que derrochaba la simpatía a raudales, ingenioso, amigo de todo el
mundo, hombre sin el que no se concebía una fiesta y cuyas ocurrencias corrían
de boca en boca, pero que tenía el defecto (mejor diríamos el exceso) de ser
bastante borrachín y “calentarse” con el primero que caía a tiro, aunque estas
“calenturas” agudizaban aún más sus ocurrencias, ocurrencias que nunca fueron
hirientes para nadie. Su nombre era: Miguel “El Gacho”, y además cantaba y
tocaba la guitarra de maravilla, pero la única antipatía que tenía “El Gacho”
era el dichoso perro de Montalbán que no le dejaba ni a sol ni a sombra, y nada
más le veía se armaba el consiguiente escándalo de ladridos.
Así las cosas, llegó la Semana Santa, con el recogimiento que aquí
solía tener. Había la costumbre, no perdida del todo, de cantar las “saetas” al
paso de las imágenes, que retardaban éste, como para escucharlas, apagando un
poco el ruido de los tambores con el mismo fin. En una de las procesiones más
solemnes y a su paso por San Juan, una potente voz rompió los aires con el
inicio de una “saeta” que se escuchó con el consiguiente silencio y recogimiento,
y cuya letra decía:
“Virgen de la
Soledad
te lo pido de
rodillas,
que al perro
de Montalbán
le eche el
lazo Sabanilla.”
Ni que decir tiene que el silencio se convirtió en carcajada y aquella
noche “El Gacho”, protagonista de la “saeta” hubo de dormir en “el cuarto”.
Diario HOY, 24 de abril de 1981
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