martes, 27 de junio de 2017

Una saeta de Miguel “El Gacho”

Aunque hace ya muchísimos años que ocurrió, voy a contarles esta anécdota de una antigua Semana Santa cacereña, porque pienso que merece la pena conservarse y nadie puede pensar ya que sea una irreverencia.
Para entendernos comenzaremos diciendo que, aquí en el Cáceres de mi generación, y de muchas generaciones anteriores, a los laceros se los llama “sabanillas”, tomado del nombre o mote del primer funcionario que en nuestro municipio ejerció el oficio de apresar canes, y por “sabanilla” se conocían y se siguen conociendo a los que se dedican a tal oficio.
Hablando de canes, les diremos que entre los canes “famosos” que ha habido en Cáceres, en cuanto a popularidad se refiere, figuraron el perro de Marra, un conocido árbitro de fútbol —fallecido ya—, que cuando “armaba el taco” en el campo el primero que “invadía” el terreno de juego era su perro que le mordía los cordones de las botas con el regocijo de los aficionados, que solían preguntarle a voces: “Marra, ¿y el perro?”.
El otro can, mucho menos simpático, ya que dicen ladraba a todo el mundo, era de un popular y conocido cacereño, también fallecido, llamado Montalbán, que derrochaba la simpatía a raudales, pero el perro salió antipático y molesto, aunque él le tuviera mucho cariño… Así las cosas, entremos en el escenario, un Cáceres en el que se conocían todos y en el que todos, más o menos, formaban una gran familia. En esta familia figuraba un tipo popular y simpático, que derrochaba la simpatía a raudales, ingenioso, amigo de todo el mundo, hombre sin el que no se concebía una fiesta y cuyas ocurrencias corrían de boca en boca, pero que tenía el defecto (mejor diríamos el exceso) de ser bastante borrachín y “calentarse” con el primero que caía a tiro, aunque estas “calenturas” agudizaban aún más sus ocurrencias, ocurrencias que nunca fueron hirientes para nadie. Su nombre era: Miguel “El Gacho”, y además cantaba y tocaba la guitarra de maravilla, pero la única antipatía que tenía “El Gacho” era el dichoso perro de Montalbán que no le dejaba ni a sol ni a sombra, y nada más le veía se armaba el consiguiente escándalo de ladridos.
Así las cosas, llegó la Semana Santa, con el recogimiento que aquí solía tener. Había la costumbre, no perdida del todo, de cantar las “saetas” al paso de las imágenes, que retardaban éste, como para escucharlas, apagando un poco el ruido de los tambores con el mismo fin. En una de las procesiones más solemnes y a su paso por San Juan, una potente voz rompió los aires con el inicio de una “saeta” que se escuchó con el consiguiente silencio y recogimiento, y cuya letra decía:
“Virgen de la Soledad
te lo pido de rodillas,
que al perro de Montalbán
le eche el lazo Sabanilla.”
Ni que decir tiene que el silencio se convirtió en carcajada y aquella noche “El Gacho”, protagonista de la “saeta” hubo de dormir en “el cuarto”.
Diario HOY, 24 de abril de 1981

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