jueves, 6 de julio de 2017

A propósito de ganar tiempo


Me decía el “Señor Botón”, que fue hermano mayor de la cofradía del Nazareno y vivió toda su vida en la parroquia de Santiago, que los “cosarios” que hacían el servicio de carros entre Cáceres y Madrid, y aun el de diligencias, tardaban ocho días en el recorrido cuando iban hacia la capital del reino y siete días cuando regresaban porque los animales venían a “querencia de cuadra”.
Yo conocí al “Señor Botón” muy viejo, pero con una gran memoria, y aunque yo era entonces un niño me extasiaba oírle contar las cosas del Cáceres que él había conocido y que no están tan lejano del de nuestros días. Pero sobre todo en lo que hemos avanzado la Humanidad ha sido en ganar tiempo —no sé para qué—; en eso hemos avanzado “siglos luz” en muy pocos años. Tengamos en cuenta que nuestros antepasados hasta finales del siglo anterior o principios de éste no pudieron utilizar el ferrocarril porque en Cáceres se instaló la línea Madrid-Cáceres-Portugal en 1881, por lo que cualquier desplazamiento a Madrid a “arreglar algo” suponían ocho días de ida y siete de regreso, aparte del tiempo que allí se consumiera. Cada viaje debería ser una verdadera aventura. Es más, en el diccionario “Madoz” se dice que la “Venta de la Matilla”, a mitad de camino entre Trujillo y Cáceres, hubo que hacerla porque como era parada de la diligencia y estaba en despoblado, los viajeros eran robados por bandidos que pululaban por aquel lugar. Vean el salto dado en poco tiempo: el viaje ese se reduce a unas horas en tren, quizás doce, quizás ocho, pero en realidad los días se han reducido a horas. Viene la aparición del automóvil y esa distancia queda reducida a tres o cuatro horas. O sea, de los quince días que consumían en ir a Madrid y regresar nuestros bisabuelos, nos hemos puesto en cuatro, seis u ocho horas.
Traduzcamos eso a distancias mayores: pasar el Atlántico en la época de las carabelas costaba un año; en la época del vapor, de ocho a quince días, y en la época del avión de ocho a doce horas… Oiga, ¿y para qué nos ha servido el tiempo ganado…? Pues yo no sabría decir para qué, aunque muchas veces nos engañemos con que tiene utilidad. Antes de cualquier pequeña distancia se era más viajero que ahora y al llegar a cualquier lado se era más forastero que ahora, que somos sólo gentes sin rostro que pasamos como sombras que no quedan huella para nadie.. En fin, habría que meditarlo.
Diario HOY, 27 de junio de 1981

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