domingo, 9 de julio de 2017

Abrimos de nuevo la “ventana”


Buenos días, amigos. Tras de su “anunciado bureo” de unos días, ya está aquí el “ventanero” que de nuevo abre la “ventana” para otear conjuntamente con ustedes la vida ciudadana. Para saciar la curiosidad del que pudiera preguntárselo —ya que hay mucho curioso— diré que la “vuelta” ha sido por el vecino país de Portugal, en el deseo de seguir una tradición muy cacereña cual era la de ir a las playas portuguesas que, aparte de ser las que más cerca nos caen, son las que desde hace casi un siglo vienen frecuentando muchas familias cacereñas porque económicamente les resultaban “más rentables”. Cierto que esta “rentabilidad” ha disminuido, pero todavía sigue siendo más  asequible para muchos que otras zonas españolas, que se han puesto por las nubes. Decimos esto con el dolor de que así sea, pero hoy por hoy Portugal sigue siendo más barato y más tranquilo.
De tradición el cacereño veraneaba, según su nivel económico, en varios puntos. Los potentados —o los que se tenían como tales— veraneaban en Santander o San Sebastián; la clase medianamente acomodada lo hacía en Portugal, siendo los puntos más frecuentados Figueira da Foz y Espiño que luego se aumentaron como Nazaré, Caparica, Simtra, etc. En los primeros puntos citados era tradición —y sigue siéndolo— encontrar familias cacereñas que desde casi un siglo allí veranean: lo Murillo, los Acedo, los Peña, los Guisado, los Sigüenza, que convierten las calles de aquellas villas casi en unas veraniegas “calles de Pintores”. Lo que pasa es que muchas de aquellas playas del Norte son incómodas para el tipo de veraneo que ahora concebimos, por su oleaje o frialdad, pero hay que pensar que cuando se inició la tradición el veraneo era de otro tipo: asistencia al casino, con corbata, traje claro, “canotier” y bastoncito de junco…; lo del bañarse quedaba para los niños y con bañero, no siendo lo principal como ahora. El dinero solía estirarse más, sobre todo si había suerte en el casino y hasta los vínculos de amistad hispano-lusos se reflejaron en canciones como la que dice:
“Adiós las playas de Espiño,
adiós queridos bañeiros,
yo ya me voy para España
porque no teño diñeiro…”
Por descontado que la mayoría de los cacereños donde realmente “veraneábamos” era en las “playas del botijo”, que es tanto como decir que no nos movíamos de aquí; pero la experiencia de los otros bien vale reseñarla.
Diario HOY, 31 de julio de 1981

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