viernes, 21 de julio de 2017

Algo de la azarosa vida de un convento

Desde luego que uno de los edificios cacereños que más vueltas ha dado con los siglos ha sido, sin duda, el convento de San Francisco, donde actualmente la Diputación tiene instalada la Institución Cultural “El Brocense”, ha hecho un bello auditorio en su iglesia, y donde sigue estando el colegio provincial que antes fuera Hospicio.
Ya la erección de este monasterio franciscano fue problemática, porque nuestro “Fuero” prohibía dar nada “a los cogullados, a los que renuncian al siglo” y por tanto a las órdenes religiosas. Tanto es así que fray Pedro Ferrer, que vino a fundarlo, tuvo que recurrir a “un milagro” que hizo recapacitar a nuestro municipio y dar el oportuno permiso. Pero no hubo mucha suerte con este edificio y, sin entrar en muchos detalles, vamos a narrar algunos de los hechos que ocurrieron en él. Tras de una época de esplendor, llegó la Guerra de la Independencia y las tropas francesas de Napoleón, que pasaron por aquí —y no con guante blanco— tras asesinar al anciano obispo de Coria, don Juan Álvarez de Castro, que contaba 85 años, lo utilizaron como cuartel, desmantelando todas sus riquezas, robándolo y asolándolo. Fue durante algún tiempo cuartel de estas tropas, que mantenían una guarnición de ochocientos infantes y 200 caballos.
Tampoco le fue muy bien a nuestro convento con la llegada, más tarde, del legendario personaje Juan Martín “El Empecinado”, cuyas dotes de caudillo guerrillero hasta ha cantado en uno de sus libros el doctor Marañón; Juan Martín venía ya en un periodo degenerado de su vida, anteriormente heroica, y pretextando que se había dado derecho de asilo en el convento a sus enemigos políticos, asoló el convento y asoló Cáceres que saqueó a sus anchas.
Lo cierto y verdad es que en esa azarosa época española ninguno de los personajes que fueron famosos y generosos según la leyenda, se portó bien con Cáceres. Prueba de ello es que también el cura Merino pasó por Cáceres asolando y destruyendo nuestros campos y libró batalla en Aliseda, pero su paso no fue más que recordado con luto, como lo fue el del general Cabrera…  En fin, que ni con “tirios ni con troyanos” tuvimos suerte y menos la tuvo ese convento que dejaron destruido en varias ocasiones. Ahora se nos convirtió en institución cultural, esperemos que su suerte cambie y la de la propia ciudad también por aquello de “no hay bien ni mal que cien años dure”.
Diario HOY, 18 de noviembre de 1981

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