Para mí el final de la serie televisiva “Cervantes”, producida por
Televisión Española, ha resultado al menos desconcertante. Ni yo había oído, ni
creo que nadie, que a Cervantes tras su muerte le hubiera juzgado el Santo
Oficio condenando su obra por “licenciosa”, se le hubiera tildado de judío
converso y hasta se hubiera mandado picar y desmenuzar su lápida sepulcral para
que no tuvieran memoria de él los siglos venideros. Muchas atrocidades se le
atribuyan al Santo Oficio, pero es de una mente calenturienta y bastante más
retorcida que la del fraile que encarna el papel de la acusación a la memoria
de Cervantes. Tan desmesurado es el atrevimiento imaginativo que una voz en
“off”, quizás por ese resto de vergüenza torera que le queda al que miente,
trató de explicar lo inexplicable basándose en que “posiblemente el tal juicio
no existió nunca, pero, dado que la lápida sepulcral de Cervantes no ha
aparecido, es de suponer que pudiera haber ocurrido el hecho, etc., etc.” Esto
en buen castellano es desacreditar sin fundamento lo ocurrido en siglos
pasados, basándonos en que pudo ser, aunque no fuera, o bien en el principio
tan llevado por un sector mundial de nuestra sociedad actual, que dice:
“Desacredita, que algo queda…”, y que ustedes y yo sabemos de qué sector se
trata.
La lápida de Cervantes no se encontró porque era lo suficientemente
pobre como para ser enterado sin ella, máxime si se acaba de decir que se le
enterró por caridad; es más, posiblemente el ataúd era común —o sea para varios,
como ocurría en alguna cofradía que hubo en Cáceres— y, tras dejar en tierra el
cadáver, volvía a utilizarse para otro. Además, Cervantes no era entonces lo
famoso que fue luego. Estamos por decir que murió ignorado y hasta desconocido
de la mayoría hasta que su “Don Quijote”, como en el caso del “Cid”, ganó para
él batallas después de muerto.
Lo malo de decir falsedades y mentiras en imágenes —que se van a distribuir
luego por el mundo de habla hispana— es que el descrédito y la mentira quedarán
produciendo la indignación que ya han dosificado (como si de un laboratorio se
tratara) lo autores del libelo y el film. Porque a una gran mayoría no le
importa decir falsedades, sino decirlas desde una tribuna en la que, por lo
engolado del dicho, la forma amena de hacerlo y la poca formación de los que lo
escuchan, van a caer como verdades indiscutibles. Esto es lo que a mi juicio ha
hecho muy bien el equipo del “Cervantes” de Televisión Española.
Diario HOY, 17 de junio de 1981
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