martes, 4 de julio de 2017

“Cervantes”, muerto y rematado


Para mí el final de la serie televisiva “Cervantes”, producida por Televisión Española, ha resultado al menos desconcertante. Ni yo había oído, ni creo que nadie, que a Cervantes tras su muerte le hubiera juzgado el Santo Oficio condenando su obra por “licenciosa”, se le hubiera tildado de judío converso y hasta se hubiera mandado picar y desmenuzar su lápida sepulcral para que no tuvieran memoria de él los siglos venideros. Muchas atrocidades se le atribuyan al Santo Oficio, pero es de una mente calenturienta y bastante más retorcida que la del fraile que encarna el papel de la acusación a la memoria de Cervantes. Tan desmesurado es el atrevimiento imaginativo que una voz en “off”, quizás por ese resto de vergüenza torera que le queda al que miente, trató de explicar lo inexplicable basándose en que “posiblemente el tal juicio no existió nunca, pero, dado que la lápida sepulcral de Cervantes no ha aparecido, es de suponer que pudiera haber ocurrido el hecho, etc., etc.” Esto en buen castellano es desacreditar sin fundamento lo ocurrido en siglos pasados, basándonos en que pudo ser, aunque no fuera, o bien en el principio tan llevado por un sector mundial de nuestra sociedad actual, que dice: “Desacredita, que algo queda…”, y que ustedes y yo sabemos de qué sector se trata.
La lápida de Cervantes no se encontró porque era lo suficientemente pobre como para ser enterado sin ella, máxime si se acaba de decir que se le enterró por caridad; es más, posiblemente el ataúd era común —o sea para varios, como ocurría en alguna cofradía que hubo en Cáceres— y, tras dejar en tierra el cadáver, volvía a utilizarse para otro. Además, Cervantes no era entonces lo famoso que fue luego. Estamos por decir que murió ignorado y hasta desconocido de la mayoría hasta que su “Don Quijote”, como en el caso del “Cid”, ganó para él batallas después de muerto.
Lo malo de decir falsedades y mentiras en imágenes —que se van a distribuir luego por el mundo de habla hispana— es que el descrédito y la mentira quedarán produciendo la indignación que ya han dosificado (como si de un laboratorio se tratara) lo autores del libelo y el film. Porque a una gran mayoría no le importa decir falsedades, sino decirlas desde una tribuna en la que, por lo engolado del dicho, la forma amena de hacerlo y la poca formación de los que lo escuchan, van a caer como verdades indiscutibles. Esto es lo que a mi juicio ha hecho muy bien el equipo del “Cervantes” de Televisión Española.
Diario HOY, 17 de junio de 1981

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