jueves, 20 de julio de 2017

Cuando Geraldo Sempavor tomó Cáceres


Una de las cosas que se ha contado poco de la antigua historia de Cáceres es la toma que de nuestra ciudad hizo el legendario caudillo lusitano, mitad adalid y mitad bandido, llamado Geraldo Sempavor. Sucedió en los tiempos comprendidos entre 1165 y 1168, cuando nuestra villa era mora, pero el hecho es tan “peliculero” que merece la pena ser conocido por los cacereños.
Por aquel entonces la Reconquista no había llegado a nuestras tierras, pero ya lo reyes de los reinos cristianos tenían un acuerdo para reparto de las zonas que en el futuro configurarían los reinos de León —al que iban a pertenecer la mayoría de las tierras de Extremadura—, los de Castilla y los de Portugal.
Este acuerdo prácticamente fue roto por el rey Alfonso Henríquez de Portugal, a cuyo servicio trabajaba el mencionado caudillo Geraldo Sempavor, aunque a decir verdad dicho caudillo se vendía al mejor postor.
En una noche lluviosa y fría, en que las vigilancias de nuestra ciudad mora estaban muy ajenas a un asalto, Geraldo, con sus gentes, escaló silenciosamente nuestras murallas, pasó a cuchillo a la guarnición árabe, logró un gran botín y se hizo dueño de Cáceres, siendo el primer cristiano —si así podía llamársele— que tomó Cáceres a los moros. Por cierto, entre sus huestes figuraba el mítico caballero lusitano Fuas Roupiño, originario de Nazaré en Portugal. Por este mismo sistema, esta especie de “condotiero” tomó también Évora, Montánchez, Urumeña y Badajoz, cosa que alarmó a Fernando II de León, que vino en ayuda de los musulmanes, con el lógico fin de que las plazas citadas no llegaran a ser portuguesas, hasta el punto de que Badajoz volvió a entregárselo a los moros del alcaide Aben Habel tras de que le rindieran vasallaje.
Este caudillo lusitano era lo que entonces se llamaba un “fronteiro”, un francotirador, que igual trabajaba para moros o cristianos y que por la protección del rey de Portugal — como ahora sucede con la ETA en Francia— se refugiaba allí siempre que le venían mal dadas. Terminó de mala manera, ya que también acabó traicionando al rey de Portugal y pasándose a las huestes del califa de Sevilla, Abu Jacob, al que también acabó traicionando, siendo deportado a una prisión de África y muriendo al tratar de escaparse de la misma. Es, si ustedes quieren, un recordar la pequeña historia local poco conocida para curiosidad de los cacereños.
Diario HOY, 6 de noviembre de 1981

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