viernes, 14 de julio de 2017

De "la carraca" a los coches de Juan Francisco

(Incluida en el libro “Ventanas a la Ciudad”)
La Carraca de Patacatre” fue el primer coche que hizo el servicio regular de viajeros desde la vieja estación de ferrocarril de Cáceres al centro de la ciudad. Tomaba en la estación a los viajeros que venían y tras unas vueltas de manivela y algunas “toses” del motor se ponía en marcha para acabar su trayecto en la Plaza Mayor, donde los viajeros la abandonaban para distribuirse a sus diversos alojamientos. Por aquel entonces los automóviles cacereños de servicio público tenían sus propios nombres y su propia personalidad que los hacían singulares. No era sólo “La Carraca” la que tenía nombre, sino que había una camionetilla que traía a las gentes de “Las Minas” o Aldea Moret, carrozada sobre un “Citroën” y a la que se llamaba, cariñosamente, “La Genoveva”, que durante años y años —y con Castela al volante— paraba regularmente en la esquina del actual kiosco Colón —que entonces no existía— y esperaba pacientemente allí a recoger a los viajeros, a los que “pian, pianito”, llevaba o traía de “Las Minas” a Cáceres o de Cáceres a “Las Minas”.
El "Balilla", de Celestino Gutiérrez
Era aquel un Cáceres recoleto en lo que todo tenía nombre o mote, hasta los automóviles populares, fueran del servicio público o fueran particulares, porque yo recuerdo que entre los cazadores era popularísimo un “Ford, modelo T”, propiedad del médico militar don Salvador Salinas, gran aficionado al deporte cinegético, que lo único que le faltaba era subirse a los árboles, porque se recorría esos campos de Cáceres, fuera de veredas y caminos, siendo uno de los que abrió muchas rutas a “cazaderos” donde antes no podía irse más que a pie o en caballería y que recibió el nombre de “Don Rodrigo”.
En este recuento no podemos olvidar el “Amílcar” de Santaolaria, relojero que llevaba la conservación de todos los relojes de torre de la provincia, que fue conocido en todo el territorio aunque no tuviera más que el nombre de su marca.
Los “coches de Juan Francisco” fueron los que reanudaron el servicio de viajeros de la vieja estación, siendo su propietario Juan Francisco Muñoz, además de un gran conductor, un regular poeta que había aprendido a conducir en Chicago (Estados Unidos), donde fue emigrante por los años veinte —cuando la “ley seca”— y contaba unas estupendas historias de gángsters en las que de algún modo había intervenido. Ahora los servicios son impersonales y yo no sé si decirles que hayamos ganado mucho con ello.
Diario HOY, 5 de septiembre de 1981

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