sábado, 8 de julio de 2017

El consumidor también cuenta


Igual que al agente 007, James Bond, se le concedía “licencia para matar”, aquí en España, hay muchos fabricantes de la rama alimentaria que parece tienen “licencia para envenenar”, dándose el caso de que muchas veces el envenenamiento acaba en muerte, con lo que una licencia tiene equivalencia con otra.  En el primer caso toda la trama son argumentos de películas entretenidas, pero en el segundo la historia se basa en la vida real, con el consiguiente riesgo para usted y para mi, sin que podamos decir que al final ganan los “buenos”, porque acabamos no sabiendo quién es el “malo”: si el que se enriquece a costa de la salud de los demás, los que tienen el sagrado cometido de vigilar por la salud de la sociedad y no lo hacen, o los consumidores que parece hemos quedado sólo para enriquecer a los desaprensivos aun a costa de nuestra salud y somos una especie de “carne de cañón” que hemos quedado para eso. Algunas veces pienso que va a tener razón el maestro que puso la historia de España en verso para facilidad de sus alumnos, quien en lo referente a la invasión árabe decía:
“Vinieron los sarracenos
y nos molieron a palos
que Dios ayuda a los malos,
cuando son más que los buenos.”
No sé yo si son más ahora los malos fabricantes que los consumidores, lo que sí pienso es que es un contrasentido el que se exija tanto para unas cosas y tan pocas para otras. Por ejemplo, para tener usted carnet de conducir ha tenido que aprenderse un código, pasar por unos exámenes fuertes y observar unas normas porque hay una Guardia Civil de Tráfico, que si se desmanda —por mucho carnet que tenga— le “meten en vereda” y hasta pueden quitárselo.
En cuanto a los fabricantes de alimentos, la teoría es la misma pero no se cumple, porque falta el último tramo el de la extrema vigilancia para el que se desmanda… Aquí parece que los encargados de la inspección dicen: “Si se muere alguien, ya investigaremos”… y tienen que morir una cincuentena de personas como usted y como yo confiados en que todo está inspeccionado, para que la “máquina inspectora” comience a moverse. ¿Es que tan poco contamos los consumidores que se nos toma como cobayas de laboratorio? Creo que la Administración debería hacerle un poco más de caso a García Pablos y los suyos, porque el consumidor también cuenta.
Diario HOY, 9 de julio de 1981

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