sábado, 22 de julio de 2017

El olivo como vehículo de cultura


Tengo que decir que me molestan las reticencias con que los centroeuropeos o los norteuropeos reciben a nuestros emigrantes, a los que, de algún modo, buscando el pan, han pretendido integrarse en su cultura, sin conseguirlo del todo. Pero entre todas las “sutilezas” con que les echan en cara su modo distinto de vida hay una que molesta sobremanera, porque es tomar el rábano por las hojas, y volver por pasiva una cosa que nosotros podríamos echarles en cara a ellos, pero que ellos se adelantan en echarle en cara a nuestros emigrantes que, muchas veces, no saben cómo defenderse. Se trata del uso del aceite de oliva. Despectivamente, suelen decir: “sus casas huelen a aceite de oliva”…
Pues bien, para tratar de evitar el posible complejo que tal frase pudiera suscitar en estos sencillos españoles —más por ignorancia que por otra cosa— tenemos que decir que precisamente el olivo y su aceite ha marcado el paso de la más profunda cultura europea y en muchos casos ha sido el vehículo de ella. Los que deberían acomplejarse serían los descendientes de bárbaros que siguen comiendo sebos y mantecas de animales, más o menos sofisticadas, perfumadas y transformadas en mantequillas y margarinas Ellos pueden tener progreso, pero la cultura —que es cosa distinta— la llevaron y la transportaron siempre los que consumían aceite de oliva. El olivo siempre ha tenido una significación sagrada y mítica. Noé, desde el Arca, vio que el diluvio había pasado porque una paloma portaba en el pico una rama de olivo. Fue Grecia la que propagó este árbol y su cultivo al mundo culto que parte de Grecia y que nos llegó a la Península por dos vías: la greco-romana y la árabe, los despreciables eran los bárbaros comedores de sebos y mantecas, pero nunca los que extendieron el aceite de oliva y su consumo.
Tan importante es este árbol y su producto en la historia de la civilización, que se ha llegado a decir que los árabes no invadieron el resto de Europa porque abandonaron los países donde no podía cultivarse, ya que su religión les prohibía consumir las grasas animales, práctica bárbara que siguen realizando esos países que nos critican… Ese árbol mediterráneo y su producto, el aceite, fueron siempre vehículos de civilización y sus consumidores gentes que, aun ignorantes, son bastantes más civilizados que los que lo rechazan.
La picaresca —y esto es lo malo— trajo luego la colza adulterada, pero eso es “harina de otro costal”, que no resta un ápice al consumo de aceite de oliva.
Diario HOY, 25 de noviembre de 1981

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