Yo descolgué el teléfono para hablar con Barcelona. Marqué el prefijo
93 y el número deseado y esperé la llamada. No cogían el teléfono y, por si
acaso, volví a llamar y entonces daba comunicando, lo que me animó a esperar un
rato y volver a hacer el intento. En esta ocasión el teléfono ni llamó ni dio
comunicando, sino que en fondo, bastante lejos, una voz comenzó a preguntarme:
“¿Eres Antonio?” “No lo soy —respondí—, yo sólo quiero hablar con Barcelona.”
“Pues esto es Pamplona —me respondió— y yo estoy tratando de llamar a Bilbao.”
“Pues esto es Cáceres”, le aclaré. “Oiga, bonita ciudad, una vez estuve en ella
y fue todo un descubrimiento…” y así siguió este ignorado comunicante que llegó
a ofrecerme su casa y su amistad, teniendo yo que hacer lo mismo, pero como lo
que me urgía era hablar con Barcelona, se lo dije, cortamos el “rollo” y volvía
a intentarlo (supongo que él haría lo mismo con Bilbao). En este segundo
intento, sobre un fondo como de marcapasos, salió una voz femenina que comenzó
diciendo: “Ya parece que llama”… y agregó preguntando: “¿Eres Carmen?” “No, señora,
no soy Carmen, ¿no ve que tengo una voz masculina?” “Es que como se oye tan mal”…,
se justificó, y continuo el diálogo, con bastante indignación por su parte:
“Esto es una cabina de Trujillo, pero llevo una hora tratando de hablar con
Miajadas y no hay forma, y además es que la “bucheta” de este cacharro no hace
más que tragarse “perras” y va a arruinarme… ¡Esto es un timo, y no hay
derecho! Además del tiempo que pierde una, las “perras” que nos cuesta, yo creo
que si me hubiera acerado a Miajadas con un taxi me hubiera gastado menos…”
Iba a contestarle, pero interrumpió otra voz lejana: “¿es Zaragoza?,
que llamo a ver cómo están los niños”; al par de ésta, de nuevo el de Pamplona:
“¿Es Bilbao?” La de Trujillo dijo: “¿Y quién es ahora?”, por lo que hube de
aclararle que era un amigo mío de Pamplona al que había conocido por el mismo
sistema, pero terció otro más desde La Coruña preguntando no sé qué de una
mercancía y de si había llegado. La de Trujillo se desesperaba y sólo hacía
reclamar el dinero que aquello le estaba costando; el de Pamplona le aconsejó
que reclamara a la Telefónica y que él estaba dispuesto a servir de testigo, además
de que él pensaba hacer lo mismo porque no había derecho… Salieron algunos más,
que volvían a pedir que colgáramos y lo intentáramos de nuevo, pero ni por
esas; yo creo que hablamos con media
España, pero no con quien nos interesaba.
Diario HOY, 23 de mayo de 1981
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