jueves, 6 de julio de 2017

Las máquinas de desfogar


A mí me asombra, y alguna vez lo he comentado con los amigos, la aceptación que tienen esas máquinas que hay en los bares en las que mediante una monedas uno está un rato “jugando”, sin ganar nada a cambio, rompiendo formaciones de aviones enemigos, destrozando platillos volantes venidos de otra galaxias, escalando grandes edificios como el “hombre mosca”, el “Spiderman” y otros entes de moda y sobre todo realizando grandes aventuras sin moverse del tablero de mandos, aventuras que se traducen en un ruido continuo de los disparos, la explosión de los aviones abatidos… Vamos, que lo que uno recibe a cambio —si lo hace bien— aparte de las imágenes que salen en la pantalla de la máquina, es el ruido que ésta produce de: disparos, explosiones, etc. Este ruido, que parece complace mucho al que juega, chincha bastante a los que están en el bar sin jugar y tratando de hablar de algo.
Alguna vez hemos preguntado a los que ponen las máquinas si sería posible hacerlas silenciosas y nos dijeron: “Imposible, la indemnización de ruido es esencial, si la máquina no produce ruido que moleste al entorno y atraiga la atención hacia el que juega no la utilizará nadie. Dese cuenta que estas máquinas están hechas estudiando la psicología del individuo y si no llaman la atención hacia su persona, no valen”.
No sé yo lo que ganarán los de los bares con la instalación de las máquinas, pero de no ser mucho, pueden correr el peligro de quedarse sin clientela, al menos clientela delicada de oídos, porque el ruido es molestísimo para muchos que acaban buscando bares donde no haya máquinas ruidosas (ya hay bastantes con la televisión que nadie mira).
Pero lo que es digno de estudiarse es ese efecto psicológico de la máquina sobre el que juega. Al parecer la máquina es algo así como ese instrumento con la imagen del jefe que tienen las empresas japonesas, para que los empleados se desahoguen pegándole (en buen castellano los jefes japoneses dirán: “ahí me las den todas”, pero el empleado se desfoga). Al parecer eso es la máquina, un sitio donde cualquier “tuercebotas” ignorado de la calle —como usted o como yo, y perdone— puede por una monedas sentirse el piloto salvador del mundo, un magnífico astronauta, el “Spiderman”, etc… Y si no, fíjese en la cara de satisfacción que ponen una vez terminada la partida.
Diario HOY, 28 de junio de 1981

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