(Incluida en el libro “Ventanas
a la Ciudad”)
La primera piscina que hubo en Cáceres la creó el Club Deportivo
Cacereño en el Espíritu Santo. Me estoy refiriendo a la primera piscina
“oficial” llamada así. Por supuesto que entonces no tenía depuradora, sino una
simple ducha a la que se obligaba a entrar el “socio” antes de bañarse; contaba
también con una barra para hacer gimnasia y unos vestuarios masculinos y otros
femeninos, porque, como se creó en el mismo año 1936 o finales del 35, en plena
República, no había los “tiquismiquis” de separación de sexos en el baño que
luego fueron habituales. Asimismo, la piscina tenía su poco de bar, y las
muchas familias que entonces eran socios se pasaban las tardes y parte de las
noches en ella en los días calurosos de Cáceres como los que ahora estamos
disfrutando.
Cuando estalló la Guerra Civil y los directivos del club tuvieron que
marchar a un frente u otro, aquello quedó como sin dueño y a alguien se le
ocurrió la solución de “donarla”, regalarla o requisarla para el Frente de
Juventudes y como piscina del Frente de Juventudes se ha conocido hasta que ha
dejado de existir, aunque lo único que puso allí el Frente de Juventudes fue el
recoger lo que le daban.
También por esas épocas hubo una piscina infantil hecha en la misma
rivera del Marco (sí señor, donde ahora van las aguas fecales), al lado mismo
de la Fuente de Concejo. La piscina fue municipal y consistía simplemente en un
represado del regato del Marco, casi debajo del puente de Fuente Concejo, donde
los muchachos de aquel entonces se chapuzaban en poca agua, que, por cierto,
estaba llena de sanguijuelas. Se decía que las aguas fecales (ya que entonces
aquello no estaba canalizado) vertían un poco más abajo de la “piscina” que
tuvo más bien una vida corta.
Aparte de estas piscinas “oficiales”, estaban el “Zonche Villegas”, de
tipo particular, así como “El Cuatro” y las de Aldea Moret, que eran depósitos
de agua de la Unión Española de Explosivos; existían, el propio “Marco”, la
Charca Musia, la del Rodeo, “el charco del Tío Pepe” y pare usted de contar...,
porque si uno quería irse a bañar tenía que desplazarse lo más cerca, al
Guadiloba o al Salor y eso no era para todos los días.
Ni que decir tiene que los muchachos de aquel entonces nos íbamos a
bañar a cualquiera de estos sitios, pero sin autorización paterna, por lo que
para que nuestros mayores no notaran que lo habíamos hecho, al salir limpios
del baño nos rebozábamos en la tierra para que en casa no notaran nuestra
limpieza, lo que no dejaba de ser un contrasentido.
Diario HOY, 16 de junio de 1981
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