sábado, 15 de julio de 2017

Meditación para un centenario

(Incluida en el libro “Ventanas a la Ciudad”)
Yo no sé si Cáceres ha aprendido lo que yo llamo “la lección del ferrocarril”, pero ahora que se cumple el primer centenario de la inauguración de la línea M.C.P. (Madrid-Cáceres-Portugal) es oportuno recordarlo. No vamos a referirnos a los actos que un 8 de octubre de 1881 protagonizó el ferrocarril con su inauguración, en la que estuvieron presentes los reyes de España y Portugal y de la que Cáceres recibió una serie de beneficios indudables, entre otros la designación como ciudad —ya que por una equivocación Alfonso XII nombró así a nuestra villa, y como los reyes no se equivocan, desde entonces ostenta el título de ciudad por gracia especial e involuntaria del rey—, sino a lo que por cerrazón de los propietarios y terratenientes cacereños no nos llegó entonces y sí noventa años después, cuando fue alcalde de Cáceres Alfonso Díaz de Bustamante.
Nos explicaremos: Cáceres capital no quedaba en la línea del ferrocarril, sino 14 kilómetros distanciada de él y con una “vía término” que nos unía a ella... ¿Por qué sucedió esto? Pues bien, en nuestro poder obran unas publicaciones de aquel entonces, sobre diversos pleitos de la Diputación cacereña, en la que se ve palpablemente que la Diputación y los terratenientes que la formaban se opusieron rotundamente a que la línea férrea cruzara sus tierras; parece ser que ellos estimaban que aquello era un “invento del diablo” que venía sólo a matarles el ganado y a producirles molestias, y los pleitos fueron continuos. Por otra parte, el precio estimado por las tierras expropiadas, para paso de la vía e instalación de las estaciones, lo pusieron altísimo, por lo que la compañía de ferrocarril —no sabemos si con intención de que se recordara o por propia economía— al entrar en nuestra provincia huye de los pueblos y se dan casos como el de Cañaveral, donde la línea cruza por el pueblo pero la estación se pone a unos cuantos kilómetros de él —porque estos terrenos eran más económicos—. En cuanto a la capital, la línea se desvió —por las mismas causas— a 14 kilómetros, quedando por tanto apartado de todo el progreso que por el ferrocarril podría llegarnos y siendo dificilísimo subsanar este error, hasta que en mayo de 1971 el alcalde Alfonso Díaz de Bustamante logra aunar voluntades y que se realizara la variante de Cáceres a Casar de Cáceres, haciendo pasar la línea por la capital, noventa años después de la inauguración del ferrocarril. Ni que decir tiene que los beneficios que nos pudieron llegar por la instalación de la vía nos llegaron noventa años después por esa cerrazón de nuestros propietarios. La pregunta sería por tanto: ¿hemos aprendido la lección para el futuro? Ustedes pueden meditarlo.
Diario HOY, 7 de octubre de 1981

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