sábado, 1 de julio de 2017

Mi vuelta a Turulandia


Cuando yo estuve en Turulancia, que es un país que está según se va al Senegal a mano derecha, aquello era un paraíso. Era el presidente de la República el señor Tartarugo y las características democráticas del país llegaban hasta unos extremos  francamente curiosos en los que la teoría estaba muy por encima de lo práctico, hasta el punto de que a la guardia fronteriza no le dejaban cargar sus escopetas, si antes no se reunía el Congreso de los diputados y todos los partidos acordaban que las cargaran, tras haberles explicado ampliamente que había necesidad de ello. Pero no quedaba ahí la cosa, porque para poder utilizarlas, cada guardia tenía que enviar una solicitud al Congreso, reintegrada con catorce pólizas, en la que demostrara que frente al puesto que guardaba había bandidos, adjuntar además un “currículum vitae” de cada uno de los bandidos, foto incluida, con filiación política del mismo —del bandido oponente— y posible intencionalidad de su presencia. Entonces la Cámara, tras estudiar y discutir cada caso, expedía una credencial al guardia, firmada por todos los partidos, en la que se decía: “Se autoriza el gatilleo” o bien se denegaba.
Claro que en el caso de defensa propia, el trámite se agilizaba, eximiendo al guardia de las catorce pólizas preceptivas y autorizándole a emplear sólo un “timbre móvil” de 0,5 turus —que era la moneda equivalente a nuestros céntimos de peseta—.
Aquello, como digo, era entonces un paraíso donde todo marchaba a las mil maravillas, la gente se estimaba, los partidos discutían dentro de un orden y la ley, aún la que regía para los guardias fronterizos, se respetaba al máximo, aunque a decir verdad el exceso de papeleo les tenía un poco desazonados, porque lo malo era que los bandidos que comenzaron a pulular por las fronteras, no observaban esta sana y sabia ley y apretaban el gatillo sin pedir permiso a nadie… Pero como ensayo filosófico aquello era una maravilla.
No hace mucho volví a Turulandia en plan de viaje turístico y me interesé por el presidente, señor Tartarugo: “está exilado”, me dijeron, ahora el presidente es el señor Bocachón, que era el jefe de los guerrilleros que estaban en la frontera y que ha establecido un nuevo orden disolviendo el Congreso y los partidos políticos. No me atreví a preguntar más, pero me temo que algún fallo burocrático deben haber tenido las teorías filosóficas del anterior presidente.
Diario HOY, 27 de mayo de 1981

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