miércoles, 26 de julio de 2017

Un mártir de la Independencia

Vamos a continuar hoy con nuestro “callejero” ofreciendo a los cacereños la razón y motivo de los nombres de algunas de nuestras calles. Hoy hemos parado mientes en la calle: “Adarve del Obispo Álvarez de Castro”, que es la que desde el Arco de la Estrella va hacia el Palacio de Moctezuma. ¿Quién fue este obispo? Pues bien, para saberlo hemos tomado datos del “Episcopologio Cauriense”, del fallecido investigador que fue don Miguel Ángel Orti Belmonte. Este obispo fue un mártir español de la guerra de la Independencia contra los franceses.
Don Juan Álvarez de Castro, obispo de Coria, tuvo su “reinado” episcopal entre los años 1790 a 1809, fecha en que murió asesinado por las tropas de invasión napoleónicas que mandaba el mariscal Soult, duque de Dalmacia, que invadió la tierras de Extremadura al frente de un cuerpo de ejército de 50.000 hombres.
El obispo era ya muy anciano, contaba con 84 años y hasta se había retirado a Hoyos, aunque desde allí, y a pesar de sus muchas dolencias, seguía gobernando la diócesis. Visto los destrozos y saqueos que las tropas francesas hacían en las iglesias, robando los objetos de culto y matando a fieles y sacerdotes, publicó diversas pastorales que prácticamente levantaron a Extremadura contra la causa napoleónica y contra los endiosados invasores que no respetaban vidas, haciendas ni creencias. Ello suscitó la malquerencia de los franceses, que ya en ocasión anterior le buscaron en Hoyos, aunque pudo escapar huyendo al campo aún a pesar de sus achaques y enfermedades.
Cuando bajó a Extremadura el mariscal Soult, tomando Baños de Montemayor, Plasencia y Coria, y sus correrías fueron sangrientas para los fieles y para el pueblo español, el obispo estaba en Hoyos y no se atrevió a huir por sus muchos achaques. Era el 13 de agosto de 1809 y se cuenta que un  “judas”, un español afrancesado (en nuestra tierra de héroes y conquistadores, como contrapunto, los ha habido siempre, y si no recordemos a Audas, Ditalco y Minuro, que vendieron a su jefe, Viriato) delató a los franceses que el obispo estaba en Hoyos. Lo tomaron prisionero y lo llevaron a Coria, donde en el propio palacio, y entre otros muchos españoles, le sacaron de la cama, y como no podía estar de pie, en el mismo suelo le dispararon dos tiros de fusil que acabaron con la vida del anciano.
Los franceses abandonaron Coria el 7 de octubre, tras saquearla e incendiarla, y lo único que se sabe es que se le enterró en la Catedral, pero sin saber exactamente en qué sitio. Bien merece el santo obispo esa calle cacereña.
Diario HOY, 22 de diciembre de 1981

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