lunes, 28 de agosto de 2017

Esa corriente de amabilidad callejera


Esto es Jauja, pensaba yo ayer mañana, cuando me he visto rodeado de amabilidades de quien menos las esperaba. Me saludaban gentes que, aunque me conocen, no suelen saludarme nunca y hasta de esas que vuelven la cabeza cuando se cruzan contigo, porque parece que les cuesta trabajo el saludar —gentes poco saludables o saludadoras, como decimos para andar por casa, de las que todos conocemos un montón—. Me saludaban, y hasta me preguntaban por la familia dándome recuerdos para este o para el otro miembro de ella. Es más, hasta tres personas casi se han peleado por invitarme al café que suelo tomarme a media mañana, y alguno de los que no lo consiguió se empeñaba en que toara una copa —cosa que no suelo hacer a esas horas— y hasta estuve tentado de hacer lo que me decían que hacía un torero famoso que era pedir que le dejaran el café y la copa abonados en el bar para otro día, pero no me atreví a tanto, quizás por lo sorprendido que estaba.
Pero no era sólo mi caso, al igual que conmigo lo hacían con otros muchos ciudadanos de a pie, como yo, a los que abrazaban y recordaban algún caso de coincidencia en vacaciones o viajes, o los tiempos en que estuvieron juntos en la misma escuela, o pronunciaban frases de esas comunes que, no obstante, suelen agradecerse: “Lo que me acuerdo de tu padre… ¡hay que ver qué hombre!, lástima que haya fallecido, porque tu padre y yo, uña y carne, sabes, etc., etc.”
En fin, que había una corriente de afecto general que extrañaba un poco, una corriente de amabilidad poco habitual, un realizar eso que se ha dicho en las campañas, sin que nadie le haga caso, de “piense en los demás”… Daba gusto andar por la calle. Es más, algunos de esos que te pisan o atropellan en los pasos de peatones, se dedicaban a ayudar a cruzar los mismos, a personas ancianas o impedidas; algún otro grupo saludaba a las mamás y besaba a los niños musitando frases de: “¡Qué guapo está, parece un ángel… y qué mayor para su edad…!” aunque la verdad es que a la mayoría se les olvidaba preguntar la edad del niño…
Yo estaba asombradísimo de esta corriente de amabilidad, atenciones, ayudas y besuqueos, hasta que mi amigo Belvedere me sacó de la duda: “No te asombres —me dijo—, esto es la campaña electoral, todos estos que invitan, preguntan por tu salud, besuquean a los niños y ayudan a l os ancianos, es que están en alguna lista electoral y esperan tu voto, lo malo es que nada más los votes volverán a ser tan “siesos” como son habitualmente.”…
Y mire usted cómo son las cosas, a mi no me molestó, sino que pensé que ojalá hubiera elecciones continuamente para que estos “siesos” cambiaran de carácter.
Diario HOY, 23 de septiembre de 1982

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