Alguien me ha echado en cara que al tratar los tipos populares del
Cáceres de hace unos años no me haya ocupado de “Cartulina”.
Cierto que “Cartulina” fue
un tipo popular al que la chiquillería de hace bastantes años andaba abromando
por la calle. Pero yo lo único que sé de él es que pertenecía al gremio de la
construcción y que se llamaba Gregorio, aunque desconozco el apellido.
El remoquete de “Cartulina”
—que tanto le molestaba, hasta el punto de soltar alguna palabrota al que se lo
decía— le venía porque por aquel entones, y me estoy refiriendo a los “años del hambre” y las restricciones que
siguieron a nuestra guerra civil, había cartillas de racionamiento de tabacos
que consistían en una cartulina de la que se iban desglosando diversos “cupones” en las distintas “sacas”, en las que el fumador tenía derecho a percibir una
porción de tabacos. Por lo general unos paquetillos de picadura, que siempre
resultaban escasos para el que tenía el vicio de fumar, hasta el punto que
estas “cartulinas” —como solían llamarse
popularmente— alcanzaron un precio grande en el mercado negro y muchas familias
humildes las vendían o cedían a cambio de alimentos o de unas pesetas que les
venían mejor que el echar humo, porque por las circunstancias adversas por que
pasábamos para “echar humo” no hacía
falta fumar precisamente.
En definitiva, las “cartulinas”
de tabaco eran algo de valor estimable, y nuestro buen Gregorio tuvo la
desgracia de perder la suya, cosa que le traumatizó y le dio por preguntar a
todo el que se encontraba por la calle, y aun por las casas de Cáceres, si
habían encontrado su “cartulina”. A
tantos molestó con la pregunta que todos acabaron llamándole “Cartulina”. Lo peor del caso es que los
chiquillos aprendieron el mote y por la calle seguían diciéndole “Gregorio Cartulina”, contestándoles él
con alguna palabrota, lo que por hacerles gracia se quedó por costumbre… Pero
la cosa llegaba a más, porque ya no hacía falta nombrar el mote, sino gritarle
simplemente: “¡Gregorio, que te lo digo!”,
cosa que automáticamente le hacía soltar una sarta de “truenos” y palabrotas que le hicieron famoso y popular en nuestras
calles. Ya ven cómo por una desgracia puede llegar también la fama callejera.
Diario HOY, 6 de mayo de 1982
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