viernes, 25 de agosto de 2017

Las fiestas del corcho


Yo creo que con los pueblos pasa como con las personas, que a veces se endiosan sin motivos y otras se “amilanan” injustamente. Porque entre las personas y los pueblos —muchas veces por la actitud de los que los rodean— hay complejos de inferioridad y de superioridad. Vamos, para entendernos, que a un feo se le comienza a llamar guapo y termina creyéndose el mismo Apolo, o bien, al revés, a un guapo comenzamos todos a llamarle feo y acaba acomplejado.
Dicho esto y reconociendo los valores, más bien rústicos, del pueblo vasco, creo que muchos de los males que ahora afligen a este sufrido pueblo son debidos al papanatismo que el resto de los españoles hemos tenido unas cuantas décadas con ellos. Para encomiar a alguien solíamos decir: “Es un chicarrón del Norte”, o para hablar de fortaleza decíamos: “Es como un chico vasco”… y cuando las gentes son rudamente simples y sencillas se lo acaban creyendo.
Recuerdo yo que cuando chicos, delante de nuestros padres y familiares “hacíamos comedias” o cantábamos… y con la condescendencia lógica, desde el papá a la abuelita, nos decían: “Sois unos actorazos” o “éste es un Fleta o un Caruso”… luego, el tiempo y la vida le espabilaban a uno y acababa sabiendo que estas cosas se dicen por cariño, aunque no sean ciertas.
Se cuenta que un vasco, desplazado de su tierra, decía que no había fiesta en el mundo mejor que “la del corcho” de su pueblo. Bueno, él decía más o menos:
— No hay fiesta cono el “corchigurría”, o así, de mi pueblo.
Le llevaron a las ferias de Sevilla y, aunque se lo pasó en grande, siguió con la misma muletilla:
— ¡Donde se ponga el “corchigurría”!...
Los carnavales de Río, las fallas de valencia y cualquier fiesta a la que le llevaron no eran, según él, comparables a “las del corcho” de su pueblo.
El amigo que le acompañaba, por fin, le dijo: “¡Vamos a ver ese “corchigurría” de tu pueblo”… y allí se fueron.
Y llegó el día. Todo el pueblo, de unos cinco mil vecinos, tras de asistir a misa, se concentró en la plaza y con ellos nuestros dos amigos.
Por fin, entre el aplauso y la algarabía de la concurrencia, apareció el alcalde en el balcón y tras de pronunciar unas palabras en euskera, dijo: “Comienzan las fiestas del corcho” y procedió a quemar el de una botella que llevaba pinchado en un clavo, todos aplaudieron y cantando comenzaron a dispersarse.
“¿Y esto es todo?”, preguntó el amigo.
— Sí, majo —contestó el vasco—, pero hay años que quemamos tres o cuatro corchos; ésta ha sido escasa la cosecha, o así.
Diario HOY, 15 de agosto de 1982

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