viernes, 4 de agosto de 2017

"Los febreros"


(Incluida en el libro “Ventanas a la Ciudad”)
No quiero que finalice el mes sin contarles una tradición cacereña ya desaparecida: la de “los febreros”. Ustedes habrán notado que entre los dichos de la gente vieja de la capital, existe uno que llama la atención: “Ese es más feo que un febrero”, suelen decir... ¿Pero quiénes eran esos febreros?, pues aunque suele decirse por refrán eso de “Febrerillo el loco” o “Febrero apedreó a su madre en el lavandero”, no hay relación con que Febrero sea feo o guapo. No, amigos, eso de “los febreros” era una tradición de las lavanderas cacereñas —gremio ya desaparecido— y vamos a contársela.
Las máquinas lavadoras y la elevación del nivel de vida dieron abajo con la profesión de lavanderas que ejercían muchas mujeres del pueblo cacereño, haciendo la colada diaria a las casas más pudientes y formando verdaderos clanes en los conocidos lavanderos cacereños de los que les sonarán los nombres de “Jinche”, “Beltrán”, “La Pavilita” y otros, en los que una o dos solían ser las líderes del lavandero. Hoy puede pensarse que la “profesión” no era muy productiva, pero debía serlo en aquel entonces, porque hasta de los pueblos próximos, principalmente de Malpartida, solían venir diariamente andando las lavanderas a recoger ropa sucia y traer ropa limpia.
Bien, dentro de ese panorama, por febrero, y no sé si relacionado con el Carnaval, cada lavandero (que así se llamaban y no lavaderos) fabricaba dos muñecos, lo más feos posibles, uno macho y otro hembra, que solían pasear por las calles de Cáceres, montados en algún jumento, pidiendo a todo el mundo —en medio de las lógicas bromas y cantos, en las que corría el aguardiente— algo para la boda de los “febreros”, que este era el nombre de los muñecos, “El Febrero” y “La Febrera”. Durante esta procesión cívica e informal se los iba insultando con cierta picaresca y haciendo alusiones a la boda de los muñecos.
Tras haberlos paseado por Cáceres durante unos días, con lo que se sacaba del “petitorio” se montaba una merienda en la que volvía a correr el vino y las ocurrencias entre las lavanderas, que terminaban, ya bien colocadas, quemándolos y más tarde, “llorándolos” por su prematuro fin.
Creemos que la tradición era auténticamente cacereña, porque no tenemos conocimiento de que se hiciera en otros lugares o carnavales, pero finalizó como finalizó el gremio de las lavanderas.
Diario HOY, 28 de febrero de 1982

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