Ahora que el Santo Padre va a venir a Guadalupe bueno será que los
cacereños, aunque sea sólo para poder contarla, conozcan algo de cómo comenzó
la devoción a la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, ya que se da el caso
curioso de que conocemos más el nacimiento de la advocación guadalupana de
México que el de nuestra propia Patrona. En ese deseo hacemos una recordación
de cómo se encontró la imagen de la Virgen y cómo comenzó todo, allá por el año
1.330.
Un cacereño, vaquero de profesión, Gil Cordero, que había nacido en Cáceres
en la calle de Caleros, en 1293 (o sea, 64 años después de que Alfonso IX de
León tomara definitivamente la villa a los moros), apacentaba su ganado cerca
del castillo de Alía en la sierra de Las Villuercas. Tenía a la sazón Gil 37
años. Notó que le faltaba una vaca y, tras buscarla, la encontró muerta cerca
del río Guadalupe. Para aprovechar el cuero se disponía a desollar el animal y
cuando con su navaja hizo una cruz sobre el cuero, la res resucitó de súbito y
a él se le apareció la imagen de la Virgen, que le encargó volviera a Cáceres y
dijera lo que había visto, agregando que cavando en aquel lugar encontrarían
una imagen suya. “No me creerán”
—dijo el vaquero— a lo que respondió la Virgen:
—“Ve. Cuando llegues a tu casa
encontrarás muerto a tu hijo y, en testimonio de que es esto cierto, podrás
resucitarle.”
Gil llegó a Cáceres y se encontró con el entierro de su hijo, un niño
de corta edad que había muerto al ser atropellado por un carro. Llamó al
concejo y cabildo, les contó lo sucedido y para que le creyeran, encomendándose
a la Virgen, resucitó al hijo muerto.
Tras el lógico júbilo, cabildo y concejo fueron con él al lugar
indicado, cavando en el sitio que Gil les señalara, donde encontraron la actual
imagen de la Virgen, junta con una campanilla y un documento donde se decía que
la imagen había sido traída de Roma a Sevilla por San Leandro, y en la pérdida
de España por la invasión sarracena fue llevada por los clérigos sevillanos,
que huían de los moros, hasta aquel
lugar donde la enterraron para ponerla a salvo de los invasores, donde estuvo
enterrada 600 años.
Su primera ermita fue una choza, que se le improvisó, hasta que en
1340, el rey Alfonso XI vino a postrarse ante ella, prometiendo que si ganaba
la batalla del Salado le haría mejor ermita, lo que sucedió. El rey regaló
tierras a los primitivos pobladores de Guadalupe. El resto de la historia es ya
más conocido, pero merece la pena recordar el origen en estas fechas.
Diario HOY, 3 de noviembre de 1982
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