martes, 5 de septiembre de 2017

Ejemplar rasgo de honradez


De vez en cuando es bueno conocer la historia de nuestras gentes. La de los cacereños que dieron ejemplo de bien hacer, honradez y honestidad fuera de nuestras fronteras, máxime ahora que ello puede servir de ejemplo a nuestros políticos actuales, a veces no tan “trigo limpio” como sería de desear.
Alguna vez nos hemos referido aquí a él, a Nicolás de Ovando, el hombre que sustituyó a Colón en el gobierno de las tierras de América recién descubierta, y que de hecho fue el que llevó allí a los conquistadores extremeños, porque por lógica, hubo de tirar de sus paisanos, familiares y amigos cuando los reyes españoles le encargan tan ardua tarea. Pero hay algo que no hemos dicho de él y que hoy vamos a señalar, cual es su honradez, aunque sólo sea como equilibrio a la leyenda negra sobre los conquistadores españoles, según la cual no fueron allí más que a robar y enriquecerse.
No quiero afirmar con ello que no hubiera alguno que así se portara, pero la mayoría de los que ostentaban cargos entonces tenían que pasar por lo que se llamaba “juicio de residencia” que consistía en un juicio sobre la honradez de su gestión, cuando terminaba ésta, del que respondían públicamente con su propia fortuna —si la tenían— y de no tenerla podían hasta acabar en la cárcel por dilapidación o mal empleo de fondos públicos.
Este “juicio de residencia”, del que tantas veces hablara, pidiendo que se volviera a practicar, el cacereño Ricardo Becerro de Bengoa, fallecido no hace mucho, se hacía normalmente en la época de esplendor español a todos los políticos de aquel entonces y muchos —la mayoría— pasaban por él saliendo incólumes del trance.
Este fue el caso de Nicolás de Ovando que, tras serlo todo, y mandar en toda la América hispana, manejando —como era lógico— los muchos tesoros y dineros que se traían y llevaban de un lado a otro, tras de siete años de ejemplar gobierno, fue tan honrado —aunque muchos a su alrededor se enriquecieran— que para volver a España, tras de su mandato, le fue necesario pedir prestados 500 pesos para poder hacer el viaje. Volvió a España de prestado, y se reintegró a su cargo de comendador mayor de la Orden de Alcántara, muriendo en Sevilla en 1518, cuando presidía uno de los capítulos de esta Orden, tan pobre —o al menos con igual fortuna— que la que tenía antes de marchar a América. ¿Creen ustedes que cualquiera de nuestros políticos actuales aguantaría una prueba de éstas?.
Diario HOY, 18 de noviembre de 1982

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