jueves, 7 de septiembre de 2017

El cumpleaños de Pepita


Hace dos días cumplió cuatro añitos y está hecha una rosa, vamos, muy desarrollada para niñas de su edad y conste que no es pasión familiar lo que me impulsa a decirlo. Llevaba un lacito rojo en el pelo y una rosa en la mano, talmente para contarle lo que dice el romance tradicional extremeño de: “Dame la mano, dame la mano y la flor, que te doy mi amor…” Es como una pequeña Caperucita, de la que yo creo que le va a dar ciento y raya al lobo por muy feroz que se presente.
Como todas las niñas de su edad, ha comenzado a hablar sin ceceo, aunque con esa “irreverencia” de los niños llama “Pipe” a don Felpe González, “Nolo” a don Manuel Fraga y a don Alfonso Guerra “Padrino”, no sé si porque le recuerda a “Don Calógeno” o porque la sacara de pila, que estas son cosas que no me he atrevido yo a preguntarle.
Muchos la llaman cariñosamente “Consty”, aunque su verdadero nombre es Pepita, ya que se le impuso en razón y recuerda de una abuela suya gaditana que vivió —malamente, que todo hay que decirlo— allá por 1812 y a la que todos llamaban “La Pepa”. Lo que sí hay que decir es que heredó la gracia andaluza y que se está haciendo una buena moza, y ya lo demostrará si Dios le da salud y llega a la mayoría de edad, como todos le deseamos.
En fin, que como a todos los niños les gusta mucho el que les hagan fiesta, resulta que aquí, a iniciativa del alcalde, se reunieron con ella en el salón del Ayuntamiento muchas gentes, lo señorones y los menos señorones, para echarle piropos. El que más y el que menos le dijo: “Te lo prometo, resalá, que estás más guapa y más tóo.” Y luego los mayores se tomaron su copichuela dejando a la niña jugando con una peseta rota en un rincón, pensando posiblemente —como es lógico que hagan en estas fechas lo niños— escribir la carta a los Reyes Magos y pedirle más juguetes, porque los vecinos se los rompen todos. El grandullón del piso de arriba, aunque dice que la quiere mucho, le quita las barquichuelas y hasta le ha quemado algunos camiones con los que ella jugaba tan ricamente, y el moreno del piso de abajo también anda a quitarle los barquitos, que luego los cambia por cromos… En fin, que no sé yo qué vamos a tener que pedirle a los Reyes para ella Yo pienso que deberíamos pedirle un aro, para ver si es capaz de hacer que pasen por él el grandullón y el moreno.
Diario HOY, 8 de diciembre de 1982

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