Uno lo ha sufrido en sus propias carnes y tiene que contarlo porque la
verdad uno no sabe si es bueno o malo. Uno, sin querer presumir, ha recorrido
algo de mundo y de aventuras y hasta ha viajado al remoto Amazonas, buscando
esas vivencias que pasaron nuestros antepasados, como el loco Aguirre y sus “marañones”, y uno acaba dándose cuenta
de que ha perdido tiempo y dinero, porque la aventura la tiene ahí a la puerta
de casa y hasta es mucho más agobiante, y aún emocionante, que las que ha
podido vivir en esas tierras apartadas.
He llegado a pensar que nuestras autoridades municipales, lo hacen
así, para proporcionarnos emociones por poco dinero… Pero vamos por partes.
Ayer ahí, en la puerta de casa, en la barriada de la Charca Musia, que
es una barriada cacereña tan legítima como puede serlo Aldea Moret o Pinilla,
me surgió la aventura más curiosa. Buscaba yo el “Desguace Paredes” para hacer un reportaje. Como ustedes saben,
habían caído —como quien dice— cuatro gotas, porque llevamos —según agricultores
y ganaderos, que son los que contabilizan esto— casi dos años de sequía, por lo
que no era de pensar que apartados unos metros de la carretera, surgiera un
lodazal, casi unas arenas movedizas, que amenazaban con tragarse el coche en
que viajaba en solitario, y alrededor de él se hubiera formado un río casi tan
grande como el Amazonas, pero sin barcas y sin nadie que te socorriera, Y no sé
qué habrá pasado en levante, pero el barro que tiene la barriada de Musia no
tiene que envidiarle nada a aquel y estoy seguro que engullido por ese légamo
pegajoso, debe haber en las profundidades de cualquier calle de aquéllas algún
“seiscientos” sepultado.
En fin, para no alargar más esta narración, que el coche comenzó a
atascarse, como si una fuerza oculta y subterránea tirara de él hacia abajo,
que uno echó pie a tierra y a poco se queda para siempre dentro de aquel barro
movedizo, y que los buenos oficios de una grúa evitaron que perdiera el coche
para siempre en aquellas profundidades. Al fin, puede cumplir mi cometido, y al
preguntarle al de la grúa por qué no me había auxiliado antes, me respondió:
—Pues mire usted porque creíamos que era usted concejal y nos dijimos:
vamos a dejarlo para que se enteren en el Ayuntamiento cómo está esto, a ver si
lo arreglan.
Mi pregunta es —señor alcalde— si el mantener aquello así es para que
los cacereños tengamos la aventura a la puerta de casa.
Diario HOY, 7 de noviembre de 1982
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