Ahora que se aproximan las fechas de Santos y Difuntos, en las que los
cacereños observan las piadosa y tradicional práctica de bajar al cementerio,
no solo a rezar a sus seres queridos, sino a asear los nichos y sepulcros familiares,
es buena ocasión para hablar de algunas curiosidades de nuestro cementerio
municipal. Dicho sea con perdón de los supersticiosos que cruzarán los dedos al
oir hablar de estos temas. Las fechas son propicias y vamos a ello.
El cementerio actual no fue el primero que hubo en Cáceres, donde la
práctica tradicional era enterrar dentro de las iglesias y alrededores de
ellas. Todavía, en las traseras de la de San Mateo, hay lápidas sepulcrales, y
hasta en una piedra de la esquina de la Casa del Sol, puede leerse la palabra:
“Cementerio”.
También en la traseras de Santa María, en la iniciación de la calle de
la Amargura, esquina a la de Tiendas, precisamente en la casa de los Carvajales
que comprara hace años don Álvaro Cavestany, existía otra lápida igual que
mandó picar don Álvaro, porque a su esposa —según me dijo— no le gustaba tener
tal cartel en casa.
Antes de hacer este cementerio, hubo proyecto de hacer otro en el camino
viejo del Casar, cerca de la Fuente de las Arañas, pero al parecer no se
realizó. El actual, lo hizo la Junta de Beneficencia y pertenecía en principio
a la Diputación (como la propia Junta), Su primer reglamento data del 20 de
diciembre de 1844 y, por él podemos enterarnos que, en aquel entonces, un
sepulcro en propiedad valía 640 reales. El cementerio pasó después a propiedad
municipal en la que sigue. Han corrido por Cáceres, de antiguo, ciertos bulos y
leyendas sobre que el primer enterrado en dicho lugar fue un ajusticiado,
aunque lo cierto es que los primeros retos mortales que se trasladaron al nuevo
cementerio (inaugurándolo, como podríamos decir) fueron los de don Juan Durán de Figueroa y su esposa, que estaban
enterrados en el desaparecido convento de la Concepción del que eran
protectores, decidiéndolo así la Junta de Beneficencia en consideración a que
muchas de las piedras de cantería —sobre todo labrada— del antiguo convento,
fue la que sirvió para hacer la capilla del actual cementerio. Ya hemos dicho,
en ocasión anterior, que la imagen de mármol de la Virgen de la Estrella, que
hay en las traseras del ábside de esa capilla, fue la que el obispo Velunza
tenía para colocar sobre el arco de la Estrella, y al no consentírselo el
Ayuntamiento, los excomulgó, aunque esto es ya historia contada. Valgan esas
curiosidades como anecdotario de ese lugar, tan visitado estos días.
Diario HOY, 31 de octubre de 1982
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