lunes, 18 de septiembre de 2017

Más que rateros “chapuzas”


Nuestros rateros actuales acusan una gran falta de imaginación. No son del tipo ese descrito en las antiguas novelas que tenían que aprender su oficio, que entrañaba mucho arte, desvalijando a alguna persona, pero sin que ésta se diera cuenta de ello, y lo que es más importante, sin hacerle daño alguno.
Aquéllos eran unos verdaderos “manitas” que, aun sintiéndose uno robado, en el fondo de su alma tenía que reconocer: “¡qué artista más bueno en lo suyo!”. Aun perseguidos por la justicia —que lógicamente tenía que defender a la sociedad— esos “carteristas”, por profesionales, eran hasta tratados con cierta deferencia por la propia Policía.
Los ladrones de ahora, los del tirón sobre todo, son unos chapuceros, que avergonzarían a sus predecesores los “carteristas”. Eso de dar el tirón de un bolso, a ser posible a una señora anciana, y salir corriendo puede que sea lucrativo, pero es una cobardía ayuna en todo del arte de la ratería tradicional.
Hay ahora también otras especies de bandas organizadas, que con la misma falta de imaginación se plantean el realizar tobos en determinados sitios como establecimientos, o iglesias, acusando la misma chapucería. Una de estas bandas últimamente la tomó con las iglesias  comenzó a robar en ellas, no sólo los cepillos —que tradicionalmente han sido siempre los más dañados— sino los instrumentos de megafonía como amplificadores, micrófonos, altavoces. Es curioso saber que éstos, no sé si por un nombre similar, efectuaron robos en las de Peraleda de San Román, Peraleda de la Mata y Bohonal de Ibor. Por cierto, de esta banda diremos que la Guardia Civil la ha puesto ya a buen recaudo, pero como vemos, lo único que les interesa es hacer dinero fácil y les importa poco “la profesión” como tal profesión “artística” que era en lo antiguo.
Esto es un pago que tenemos que hacer al progreso”, nos decía un cacereño tradicional que ya peina canas, que nos narró cómo cuando él era joven, en Cáceres, aunque los establecimientos dejaran su mercancía en la calle, no había un solo robo —y de haberlo se sabía siempre que había sido un forastero—. Recordaba cuando aquí existía un solo policía secreta, “Vicente el Policía” era su nombre, y aunque de “la secreta” lo conocía todo el mundo… pero con él sólo sobraba para mantener el orden. En fin, como dice mi amigo, cosas del progreso.
Diario HOY, 22 de febrero de 1983

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