jueves, 21 de septiembre de 2017

Más sobre la historia de San Francisco


(Incluida en el libro “Ventanas a la Ciudad”)
Sobre las vicisitudes del edificio que hoy es el Complejo Cultural de San Francisco, que primero fue convento, más tarde cuartel, hospital, hospicio, colegio, etc., hay algunas curiosidades poco conocidas y hasta algunos baches  en su dedicación y funcionamiento a los que hoy nos vamos a referir.
Tras la desamortización, el edificio pasó a manos de la Diputación, que lo dedicó a diversos usos. Desde 1841 se le dedicó a hospicio, designación que tiene hasta 1946, en que comenzó a llamársele colegio, aunque tenía todavía las funciones de asilo provincial.
La Diputación, por los años 1955 estaba muy preocupada por convertir el hospicio en colegio, y con muy buena intención —aunque después resultara mal— el entonces presidente y la Corporación decidieron que se hicieran cargo de la enseñanza en el mismo los Padres Salesianos de Sevilla, con los que se firmó un contrato. Se pensaba que ellos podrían convertir aquello en un centro de formación y orientación profesional de los alumnos asilados, como al parecer habían hecho con los centros de Sevilla que funcionaban magníficamente y que el entonces presidente y miembros de la Corporación visitaron.
Los Salesianos estuvieron dirigiendo el colegio hasta 1964 en que la Corporación tras diversas reuniones de su pleno, decidió que lo dejaran porque aquello no había salido como en teoría se había pensado. El colegio se convirtió en un centro no deseable ya que esta comunidad no cumplió la parte suya en el compromiso, y tras denunciar el contrato en 1963, el año después se marcharon los Salesianos pasando a ser un colegio normal abierto.
Pero hay algo que el escritor Hurtado de San Antonio cuenta en su libro dedicado a la historia del edificio que conviene saber. En dicho colegio existe una capilla-oratorio de la familia Peña (hoy convertida en despacho) en la que había dos magníficos sepulcros de alabastro, con figuras yacentes de los fundadores: don Juan de la Peña y su esposa doña María Gutiérrez de Valverde. Ambas sepulturas (que figuran en los catálogos de monumentos) fueron expoliadas por dicha comunidad religiosa que, una madrugada, los cargó en unos camiones y se los llevó a Sevilla, dónde tenían su casa principal, y donde, posiblemente, están ahora. Valga el dato para la pequeña historia local, en la que todavía se habla de unos sepulcros que ya no están donde deberían estar.
Diario HOY, 15 de marzo de 1983

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